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El desempleo, la precarización y el incumplimiento de promesas golpean al electorado sub30 que en 2023 fue clave para el triunfo libertario. La frustración, atravesada por desigualdades estructurales y una narrativa política incumplida, podría expresarse en un faltazo masivo en las legislativas.
Actualidad12/08/2025En 2023, una porción significativa de la juventud argentina abrazó la propuesta libertaria con un entusiasmo que combinaba hartazgo y esperanza. Fue un voto disruptivo, dirigido contra un sistema político que percibían agotado, incapaz de ofrecer soluciones a problemas que para ellos eran urgentes: conseguir empleo, alquilar una vivienda, proyectar una vida autónoma.
Hoy, menos de un año después, encuestas y sondeos internos del oficialismo muestran un dato que encendió alarmas en la Casa Rosada: entre un 18% y un 21% de los jóvenes dice que no irá a votar en las próximas legislativas, y en el núcleo de quienes eligieron a Javier Milei en 2023, hasta un 10% planea ausentarse.
La Encuesta Permanente de Hogares del Indec es contundente: uno de cada dos desocupados en el país es menor de 30 años. Son aproximadamente 1,8 millones de personas sin trabajo, en un mercado laboral que no logra absorber a los nuevos ingresantes. Este dato se combina con un contexto de precarización crónica: empleos informales, salarios por debajo de la canasta básica y un horizonte de inestabilidad que erosiona la confianza en cualquier proyecto político.
Del voto emocional a la retirada silenciosa
Para entender este cambio hay que mirar atrás y reconocer el carácter singular del voto juvenil a Milei. No fue únicamente una adhesión a propuestas concretas como la dolarización o el voucher de salud. Fue, sobre todo, una conexión emocional construida en el terreno digital y en un lenguaje que parecía romper con las formas tradicionales de la política.
El sociólogo Pablo Vommaro define este fenómeno como “racionalidad afectiva”: una decisión guiada por emociones y vínculos antes que por un cálculo programático. Milei supo insertarse en TikTok, Instagram y YouTube con mensajes cortos, provocadores y directos, capaces de capitalizar el malestar juvenil en un contexto marcado por la pandemia, la recesión y el descrédito hacia los dirigentes tradicionales.
Sin embargo, el vínculo comenzó a desgastarse rápido. La dolarización quedó archivada, el voucher de salud desapareció del debate público y las promesas de un shock de empleo para jóvenes nunca se materializaron. Lo que se ofrecía como ruptura terminó pareciendo continuidad: salarios que no alcanzan, alquileres impagables y políticas públicas ausentes en salud, educación y vivienda.
Precarización, malestar y desafección política
Las causas de este desencanto son múltiples y estructurales. Desde hace más de una década, los indicadores socioeconómicos juveniles muestran deterioro: Más del 40% vive bajo la línea de pobreza, el desempleo juvenil duplica o triplica la tasa general, el acceso a la vivienda se ha vuelto un objetivo casi inalcanzable, los barrios populares acumulan déficit de infraestructura y servicios básicos.
A esto se suma una dimensión subjetiva: el confinamiento por la pandemia dejó huellas en salud mental y vínculos, con el suicidio como segunda causa de muerte juvenil desde 2022. Este golpe emocional, combinado con la falta de escucha por parte del mundo adulto, generó un vacío que Milei llenó, al menos por un tiempo, con un discurso de empatía y rebeldía.
La frustración actual no solo erosiona el voto libertario: amenaza con consolidar un patrón de retirada política juvenil. La abstención se convierte en un mensaje político en sí mismo: “Nada de lo que me prometieron se cumplió, así que me corro del juego”.
Comparaciones y lecciones internacionales
Procesos similares se han visto en otras latitudes. En Brasil, parte de la juventud que en 2018 apoyó a Jair Bolsonaro se replegó hacia la abstención en 2022, frustrada por la falta de mejoras económicas y el desgaste de la confrontación constante. En España, sectores jóvenes que se movilizaron con fuerza por Podemos en 2015 y 2016 se alejaron de las urnas tras la percepción de que la fuerza política había perdido frescura y capacidad de transformación.
En Argentina, ya existen antecedentes: en 2001, el voto bronca y la abstención alcanzaron niveles récord tras la caída del modelo de convertibilidad. Aunque el contexto es distinto, la señal es similar: cuando una parte de la ciudadanía siente que las herramientas políticas no sirven para mejorar su vida, la participación electoral se resiente.
Escenarios posibles para 2025
De cara a las legislativas, el oficialismo enfrenta un dilema. Para retener a los votantes jóvenes, debería ofrecer señales concretas de mejora económica y políticas específicas para empleo y vivienda. Sin embargo, la orientación de ajuste fiscal y el achicamiento del Estado van en sentido contrario a las demandas urgentes de este sector.
La oposición, por su parte, no parece estar capitalizando de forma directa el desencanto juvenil. Los datos muestran que el ausentismo no se traduce automáticamente en votos para otro espacio: es una protesta que se expresa en silencio, fuera de las urnas. Esto deja abierta una pregunta clave para el sistema político: ¿cómo reconstruir un vínculo de representación con una generación que ya se sintió defraudada por las dos principales experiencias de gobierno de la última década?
Si el ausentismo juvenil se confirma en las legislativas, no será un fenómeno aislado sino un síntoma de algo más profundo: la ruptura del contrato político con una generación que pidió cambio y recibió más de lo mismo. El riesgo es que este retraimiento se vuelva permanente, debilitando no solo a un gobierno sino a la participación democrática en su conjunto.
En los barrios y ciudades, el desencanto se traduce en conversaciones de supervivencia más que de política. Las urnas pueden quedarse vacías, pero el vacío que debería inquietar a toda la dirigencia es otro: el de la representación efectiva. Porque cuando una generación entera deja de creer que vale la pena participar, el costo lo paga toda la sociedad.
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