
La decisión de privatizar parte de Nucleoeléctrica Argentina y achicar el rol de la Comisión de Energía Atómica disparó críticas de investigadores y técnicos. Hablan de “cientificidio” y de la entrega de un sector que fue orgullo nacional.
El Tesoro norteamericano adelantó un paquete inédito de apoyo financiero por hasta 20 mil millones de dólares, con compra de bonos y líneas de crédito. Sin embargo, la ayuda no es inmediata: sólo se activará si Milei sobrevive políticamente en octubre.
Actualidad24/09/2025Finalmente, llegó la foto y llegó el anuncio. Washington salió a respaldar a Javier Milei con un programa de rescate que parece escrito en mayúsculas: un swap de 20 mil millones de dólares, créditos blandos del Tesoro y hasta la promesa de comprar deuda argentina. Pero la letra chica es brutalmente clara: el dinero no aparecerá hasta después de las elecciones.
Es decir, los dólares de Trump son para ganadores, no para perdedores. Milei tiene el espaldarazo político, pero no la caja; apenas un salvavidas de palabras para estirar la ilusión de que todavía es viable.
El rescate que es y no es Scott Bessent, secretario del Tesoro y hombre de máxima confianza de Trump, fue el encargado de ponerle cuerpo al anuncio. Enumeró swap, crédito stand-by y compra de bonos.
Todo junto suena a rescate, aunque el propio Trump prefiera evitar esa palabra porque sabe que a su base republicana no le gusta financiar a extranjeros. La puesta en escena busca mostrar decisión: “Estados Unidos está listo para hacer lo necesario para apoyar a la Argentina”.
Pero lo que no hubo fueron fechas. Bessent se cuidó de aclarar que el desembolso comenzaría “inmediatamente después de las elecciones”. Traducción: no habrá un dólar antes del 26 de octubre. El objetivo real es darle oxígeno político a Milei sin arriesgar dinero en un caballo que todavía podría perder.
El equipo económico argentino festejó igual. La esperanza es que el anuncio baje el riesgo país y dé tiempo para soñar con volver a los mercados en 2026. En la mesa de Caputo hacen cuentas: si la promesa sirve para que los bonos reboten y el dólar se calme, aunque no entre un centavo, el objetivo está cumplido. El mercado se alimenta de expectativas y, por ahora, Estados Unidos les regaló un discurso de campaña.
Lo paradójico es que el paquete incluye todo lo que el propio Trump negó apenas un día antes, cuando dijo que “Argentina no necesita un rescate”. El juego semántico es evidente: el paquete es un rescate en toda regla, pero la palabra “bailout” no puede ser dicha en voz alta.
El Tesoro opera como prestamista de última instancia y comprador de deuda, con un swap millonario como espejo del que hoy mantiene Argentina con China. La diferencia es que, en este caso, el swap estadounidense llega con una condición explícita: cortar el vínculo con Pekín.
A nivel técnico, el menú sugiere tres carriles. Primero, swap con el Banco Central para recomponer liquidez en dólares y afirmar el balance del BCRA: alivio inmediato para reservas netas negativas y cobertura para importaciones críticas.
Segundo, compra de bonos en mercado secundario (y, si hiciera falta, primario): empuja precios, baja rendimientos y mejora la valuación de cartera de bancos y fondos que operan con títulos argentinos. Tercero, línea stand-by del Tesoro: un paraguas de corto plazo que actúa como estabilizador si el frente cambiario se desmadra. Es un combo pensado para intervenir sin blanquear la palabra prohibida.
¿Alcanza? A corto plazo, puede. Si suben los bonos y cae el riesgo país, se descomprime el dólar financiero y se gana tiempo. Pero el costo es político: el Gobierno queda atado a un tutor que además fija condiciones. Y la primera ya está sobre la mesa: desarmar, gradualmente o de un saque, el andamiaje del swap chino. El Tesoro no lo esconde; Milei tampoco: alineamiento total a cambio de oxígeno.
El timing tampoco es inocente. En plena campaña, con la economía al ralentí y el frente legislativo en guerra, el anuncio funciona como estabilizador narrativo. No hay flujo de caja, pero sí una promesa con firma de Washington. Es lo que la City quería escuchar: que, si Milei llega, no caerá al vacío. Y es, a la vez, lo que la política necesitaba para seguir compitiendo: una mínima expectativa de que “después de octubre” habrá una red.
La geopolítica detrás del salvavidas
La magnitud del anuncio no se explica por amor a Milei ni por simpatía libertaria. Es pura realpolitik. Para Trump, Argentina es una pieza estratégica: litio, cobre, uranio y el acceso al Atlántico Sur y a la Antártida. Estados Unidos necesita que Buenos Aires corte de raíz sus vínculos financieros con China y mantenga abierta la puerta para inversiones norteamericanas en minería e infraestructura.
Por eso, el swap norteamericano aparece como espejo del swap chino: lo que Milei y Caputo no se animaban a desarmar sin reemplazo, ahora Washington lo ofrece como condición. El mensaje es transparente: dólares hay, pero a cambio de exclusividad.
Mientras tanto, Trump se cuida de que todo suene a apoyo incondicional pero sin costos inmediatos para su electorado. Habla de “ayuda” y “amistad”, pero esquiva el término “bailout”. El juego consiste en sostener a Milei lo suficiente para que llegue competitivo a octubre, con la promesa de que si gana, el dinero fluirá.
La hoja de ruta incluye, además, condiciones de política: exclusión de proveedores chinos en infraestructura crítica, reticencia a 5G asiático, prioridades para firmas estadounidenses en minería, energía y logística. En el Atlántico Sur, el mensaje es doble: coordinación para control de rutas (Hidrovía, acceso al Estrecho de Magallanes) y aval para una proyección logística antártica bajo formato “colaboración”. En criollo: seguridad marítima, datos y minerales. El combo perfecto para Washington; una cesión progresiva de grados de libertad para Buenos Aires.
¿Quién gana y quién pierde? A corto plazo, gana Milei si el anuncio ancla expectativas y desarma corridas; gana Trump si muestra liderazgo hemisférico con bajo costo fiscal. Pierde la oposición que imaginaba a un oficialismo aislado. A mediano plazo, ganan las mineras y los exportadores que acceden a financiamiento y reglas hechas a su medida; pierde cualquier proyecto industrial que pretendiera transformar recursos en tecnología local.
Y a largo plazo, la factura la paga la soberanía: cuando los dólares se condicionan a la geopolítica, las decisiones económicas se toman con manual ajeno.
También hay una política doméstica en la letra chica. El Tesoro comprando bonos es alivio para carteras con papel argentino; puede ser, según el volumen, una forma de licencia para el arbitraje: empujar precios, facilitar salidas ordenadas y, si hace falta, dar tiempo a jugadores grandes con exposición en títulos. No es nuevo: ya se hizo en otros mercados emergentes. El rótulo es otro, la mecánica es la misma.
Del lado del BCRA, el swap sirve para fortalecer reservas y ensayar un esquema de flotación administrada con menos sobresaltos, mientras la baja transitoria de retenciones promete más liquidación.
El problema es de consistencia: si el alivio llega recién “después de octubre”, todo el peso recae en la expectativa. Y la expectativa, sin caja, dura lo que dura un tuit.
El paquete anunciado es, en esencia, un crédito político. Milei recibe titulares y un espaldarazo que le permite exhibirse como aliado privilegiado de la primera potencia. Los mercados agradecen, los libertarios celebran y Trump cosecha un socio dispuesto a entregar recursos estratégicos a cambio de aire. Pero los dólares siguen en suspenso.
La trampa es simple y cruel: si Milei gana, habrá rescate; si pierde, la ayuda se esfuma. Es la lógica descarnada de la geopolítica: en este juego, la plata nunca va para el que se queda en el camino. Y ahí está el núcleo del mensaje, sin eufemismos: en la cancha grande del poder, los ganadores compran futuro; los perdedores pagan contado.
El rescate de Trump es contundente en los papeles, pero la plata solo llega si Milei gana. Hasta entonces, humo con bandera de barras y estrellas.
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La ayuda financiera de Estados Unidos sólo llegará si Milei sobrevive a octubre. Desde el Tesoro ya marcaron la cancha: recuperar mayorías en el Congreso para aprobar reformas duras, reponer las retenciones al campo y garantizar disciplina fiscal. La plata, queda claro, viene con correa corta.
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