Textiles y electrodomésticos en crisis: consumo y avance chino

La producción textil cayó 18% interanual y la línea blanca trabaja a la mitad de su capacidad. El consumo interno se congela, las importaciones se disparan y el ajuste llega por el lado de los salarios y las horas. El país vuelve a debatir su vieja pregunta: ¿cómo reconstruir una economía sin mercado interno?

Actualidad11/11/2025
NOTA

La foto del presente industrial argentino tiene el color apagado del polvo de fábrica. Las líneas de producción se frenan, las máquinas se apagan y las planillas de costos ya no cierran ni con tasas bajas. En los parques industriales del Gran Buenos Aires y del centro del país, las empresas del sector textil y de electrodomésticos recortan turnos, suspenden personal o directamente bajan persianas.

La Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA) informó una caída del 18,1% en agosto, la mayor contracción de toda la industria. La capacidad instalada cayó a 41,5%, lo que significa que más de la mitad de las máquinas están paradas.

En paralelo, los fabricantes de línea blanca también entraron en zona crítica: Electrolux, Mabe y Longvie trabajan a menos del 50% de su potencial. Las razones son las mismas: caída del consumo, aumento de importaciones y crédito inexistente.

La macro se estabiliza, pero el suelo productivo se desmorona. La apertura de importaciones, presentada como una manera de “bajar precios”, generó un shock de sobreoferta externa que arrasó con la demanda local. En los últimos meses, la entrada de electrodomésticos desde China y Brasil creció más de 1.000% en algunos rubros. En línea blanca, los lavarropas importados aumentaron 5.000% en el primer semestre y las heladeras 1.190%. En simultáneo, la venta interna cayó casi 10% y las plantas nacionales redujeron su personal.

 

Textiles al límite: el consumo que no vuelve

El sector textil es el termómetro clásico del mercado interno. Cuando la gente compra, las máquinas cosen. Cuando el consumo cae, el trabajo desaparece. Hoy, las máquinas descansan.

Según FITA, 5.000 empleos formales se perdieron en el último año. Las empresas operan con costos en alza, precios rezagados y una demanda que no reacciona. Los productos textiles subieron 19,7% interanual, muy por debajo de la inflación general del 31,8%.

La lógica es perversa: los precios no suben porque no hay quién los pague.

La producción de algodón, eslabón inicial de la cadena, cayó 15%, con precios al productor creciendo apenas 10% frente a una inflación que triplica ese número. El problema ya no es la importación de telas: es que no hay ventas suficientes para sostener el circuito productivo.

En un escenario de apertura, los bienes importados se vuelven tentadores, pero las pymes textiles, con escaso financiamiento, no pueden competir con la escala asiática.

 

Las cifras del INDEC confirman la tendencia general: la producción industrial cayó 4% en lo que va del año, con el textil y el calzado liderando el desplome. La capacidad ociosa del sector es la más alta de la última década. “Hay tela, hay stock, pero no hay compradores”, admiten los industriales.

La ironía es evidente: mientras el Gobierno promete “industria competitiva y moderna”, las fábricas tradicionales se vacían y la “modernización” se traduce en flexibilidad, salarios de ajuste y reducción de horas.

 

Línea blanca: el laboratorio del ajuste

En el terreno de los electrodomésticos, el diagnóstico es igual de crudo. El consumo cayó, las importaciones se dispararon y los precios bajan, no por eficiencia, sino por sobreoferta.

Electrolux extendió un régimen de suspensiones que afecta a 400 trabajadores en su planta de Rosario. Mabe cerró su fábrica de Córdoba y la transformó en un centro de distribución. En San Luis, la producción de heladeras continúa, pero a media marcha.

El discurso empresarial habla de “reorganización productiva”, pero detrás de la jerga se esconde la reducción de personal y la concentración de operaciones.

Los proveedores más chicos —pymes de 20 o 30 empleados— no tienen margen. “Aguantan dos meses más”, dicen los sindicatos.

Los números son brutales. En febrero de este año, se importaron 68.000 heladeras y se produjeron 57.000. Por primera vez, el mercado argentino compró más afuera que adentro. La eliminación del Impuesto PAIS y la baja de aranceles en línea blanca y electrónica completaron el combo. El resultado: fábricas paradas, productos importados más baratos y una deflación forzada.

La microimportación directa, habilitada por decreto para uso doméstico, terminó de complicar el tablero. Familias que viajan o compran por plataformas traen cocinas, lavarropas o termotanques desde Chile a precios 30% o 40% más baratos. Con ese escenario, no hay industria que aguante.

El relato oficial confía en que la baja de tasas y la estabilidad cambiaria reactiven la actividad. Pero el problema no es financiero: es estructural y social. Los salarios reales cayeron, el crédito es escaso y el consumidor dejó de ser motor para convertirse en variable de ajuste.

La economía política del mileísmo se sostiene en la idea de que la apertura disciplinará precios y que la eficiencia vendrá por la competencia. El resultado, hasta ahora, es una deflación de fábrica: precios bajos porque nadie compra y despidos porque nadie produce.

En el fondo, se repite la escena de cada ciclo liberal argentino: la industria nacional como campo de prueba del experimento. La diferencia es que esta vez, la tecnología no la empuja el progreso, sino el dólar barato importado.

Reconstruir el consumo es más que una consigna: es condición de supervivencia. Sin mercado interno no hay inversión, sin inversión no hay empleo, y sin empleo no hay demanda que sostenga la rueda.

El dilema es político: ¿seguir ajustando hasta que la economía se “ordene sola” o intervenir antes de que no quede nada que ordenar?

La respuesta no está en el índice de inflación ni en la tasa de los pases del Banco Central. Está en esas plantas apagadas de Rosario, Córdoba o San Luis donde un operario se pregunta si mañana le toca a él. Porque la macro puede estabilizarse, pero la heladera vacía también es un indicador.

En línea blanca, la importación de lavarropas creció 5.146% y la de heladeras 1.190%. Por primera vez, se compran más electrodomésticos afuera que los que se fabrican en el país.

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