Atlántico Sur y Patagonia en la mira de Washington y Londres

La visita del jefe del Comando Sur, Alvin Holsey, y las revelaciones de The Economist sobre el diálogo secreto con Gran Bretaña muestran que la disputa por la Patagonia, el Atlántico Sur y la Antártida ya no es teoría: es la agenda central de las potencias. El gobierno argentino, con Milei a la cabeza, celebra acuerdos que garantizan subordinación militar.

Actualidad18/08/2025
NOTA

La avanzada de las potencias anglosajonas

 

 

En la Argentina de hoy, la política exterior se vende como ideología libertaria y romance con Occidente, pero la realidad es otra: no son los valores los que mueven la aguja, sino los intereses. Estados Unidos y Reino Unido actúan en tándem para cortar de raíz la influencia china en el Atlántico Sur y, especialmente, en Argentina, donde el Estrecho de Magallanes se ha vuelto pieza estratégica. 

 

No es una exageración: ese paso marítimo es la única alternativa segura al Canal de Panamá y, como advirtió el propio establishment norteamericano, si Trump llegó a plantear una intervención directa en Panamá, nadie debería descartar que se intente algo similar en el extremo sur del continente.

 

La llegada del almirante Alvin Holsey a Buenos Aires para la Conferencia Sudamericana de Defensa no es protocolo: es despliegue. Washington necesita mostrar músculo, reaseguro y presencia sobre el tablero. La agenda de seguridad regional, el “combate al crimen organizado” y el dominio marítimo son apenas eufemismos: detrás está la llave de la Antártida argentina y la proyección de poder sobre el Atlántico Sur. La lectura es simple: si Argentina no llena ese vacío, lo harán ellos.

 

The Economist, la biblia de la elite anglosajona, puso en negro sobre blanco lo que hasta hace poco circulaba como rumor diplomático: Javier Milei mantiene un canal directo con el Reino Unido para avalar compras militares y asegurar que nada de lo adquirido pueda amenazar las Malvinas. 

 

En su elogio a Margaret Thatcher y en su frase de que “las islas están en manos británicas”, Milei ofrece la prueba de lealtad que Londres exige. Lo que obtiene a cambio es poco: material militar viejo, incapaz de alterar el balance regional. Los F-16 daneses comprados con financiamiento de Estados Unidos no tienen capacidad de ataque aeronaval. El mensaje es brutal: Argentina puede modernizarse, pero solo hasta el punto que no incomode a su ex enemigo de guerra.

 

El tablero: Antártida, litio y Patagonia desprotegida

 

La estrategia de Washington y Londres es integral. No se trata solo de radares en Ushuaia o visitas protocolares: el Sur es hoy el corazón de la competencia global. China tiene una estación espacial en Neuquén y avanza con proyectos portuarios e infraestructura. Además, junto a Rusia, despliega quince bases en la Antártida. Esa presencia incomoda al bloque atlántico, que responde con lo que sabe hacer: militarización.

 

Holsey no llegó a la Argentina para abrazar símbolos de amistad: vino a revisar compromisos, presionar por la habilitación del radar estadounidense de LeoLabs en Tierra del Fuego y reactivar el “paraguas” de seguridad que habilita a las Fuerzas Armadas locales a tareas de seguridad interior. La excusa es el narcotráfico y las “amenazas híbridas”. El trasfondo, claro, es blindar el Atlántico Sur bajo lógica OTAN.

 

Mientras tanto, la Patagonia está desprotegida. La compra de aviones F-16 sin capacidad ofensiva naval confirma que Londres sigue fijando los límites de la defensa argentina. En paralelo, Estados Unidos reordena la agenda: más bases de inteligencia, más cooperación técnica y más visitas de alto nivel. El riesgo no es solo militar. La entrega del control simbólico abre la puerta a una dependencia que se extenderá a los recursos: litio, agua dulce, pesca, hidrocarburos no convencionales. Un vergel aún “virgen” para las grandes potencias, pero cada vez menos para la población que sufre un modelo extractivo sin planificación soberana.

 

La señal más inquietante la dio The Economist: si China avanza demasiado, no descartan trasladar al Estrecho de Magallanes la lógica de “intervención directa” que se baraja sobre Panamá. Dicho sin eufemismos: Washington y Londres se preparan para poblar militarmente la región si lo consideran necesario. La Argentina de Milei, al priorizar la foto de alineamiento por sobre la planificación estratégica, se convierte en terreno fértil para esa avanzada.

 

Lo que muestran la visita de Holsey y las revelaciones de The Economist es que la política internacional no se mueve por ideologías, sino por intereses. Estados Unidos y Reino Unido comparten objetivo: frenar a China en el Atlántico Sur. Milei ofrece como contrapartida concesiones inéditas: armas viejas, reconocimiento tácito de la soberanía británica en Malvinas y la apertura de un sur desprotegido.

 

La pregunta es qué quedará para después. Porque el fervoroso “aliado” que hoy se arrodilla será reemplazado algún día. Y entonces la Patagonia, ese territorio que debería ser la última reserva de soberanía argentina, podría aparecer ya poblada de bases extranjeras. Las potencias no dudan: saben lo que quieren. La duda es si Argentina sabe lo que está entregando.

 

Geopolítica sin amigos, solo intereses

 

En el tablero global no existen amistades eternas ni enemistades perpetuas: solo intereses. Así funciona la realpolitik desde hace siglos, lo entendieron desde Metternich hasta Kissinger, y lo practican hoy Washington, Pekín, Moscú o Londres. Las potencias giran, negocian, pactan y hasta se contradicen en cuestión de meses si el objetivo lo justifica. Lo importante no es la ideología declamada, sino el valor estratégico que un territorio, un recurso o una posición ofrece en cada coyuntura.

El problema es cuando los Estados nacionales débiles no tienen conciencia de su peso geopolítico. Ahí es donde dejan de ser jugadores y se convierten en ganado: carne barata para alimentar la maquinaria de otros. Argentina, con litio, agua, alimentos, energía y un enclave clave en el Atlántico Sur, debería sentarse como actor con poder de negociación. Sin embargo, sin estrategia propia, termina aceptando las reglas del juego ajeno. En geopolítica no gana quien tiene razón, sino quien sabe cuánto vale y está dispuesto a defenderlo.

 

El alineamiento con Washington y Londres no es un romance ideológico: es la aceptación de un guion donde Argentina juega de “acompañante”, nunca de protagonista.

 

 

 

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