
Cada 7 de agosto, miles de personas peregrinan al santuario de Liniers para agradecer o pedir por trabajo. Pero la marcha también guarda una historia de resistencia que aún late en las calles: la lucha obrera contra la dictadura, la unidad con la Iglesia de los pobres y el grito de “Paz, Pan y Trabajo” que nunca dejó de resonar.