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La Provincia desplazó a 24 oficiales que conspiraban junto al libertario Maximiliano Bondarenko para copar la Policía Bonaerense. Un intento de intervención institucional desde adentro que roza el golpe blando.
Política 25/07/2025El gobierno de Axel Kicillof no se enfrentó solo a una interna de uniformados, sino a un dispositivo político en marcha para colonizar la fuerza de seguridad más poderosa del país.
Un grupo de 24 oficiales fue desafectado tras una denuncia anónima, pero documentada, que reveló una trama de reuniones, planes y documentos para desarticular la actual cúpula de la Bonaerense y reemplazarla por un “comando libertario”. Al frente, un nombre conocido: Maximiliano Bondarenko, excomisario, concejal y actual candidato a diputado provincial por la Tercera Sección de La Libertad Avanza.
El ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, fue claro: “Esto no es una baja política, es una falta gravísima.
Estamos hablando de un intento de armar una estructura paralela para controlar la policía desde la política, sin pedir licencia ni respetar la cadena de mando”. Lo que describe no es menor: una conspiración organizada desde dentro de la fuerza para “pasar a retiro a los altos mandos” y colocar en su lugar a una generación identificada con el ideario mileísta.
¿Locura de campaña? No. Es una movida concreta, planificada, con pruebas halladas en dispositivos oficiales. Un intento de captura institucional que, en otras coordenadas, se llamaría por su nombre: golpe blando.
La casta policial libertaria y el operativo desembarco
Maximiliano Bondarenko no es un improvisado.
Tiene una carrera meteórica dentro de la Bonaerense: seis ascensos en ocho años, cargos operativos sensibles, y una segunda vida como dirigente político. Ya fue candidato con Facundo Manes, luego con Juntos por el Cambio, y ahora con Milei. Supo estar en el Concejo Deliberante, pidió licencia, volvió, y pidió la baja en abril. Pero nunca cortó el hilo con su generación policial.
Esa generación, compañeros de promoción y amigos del “comando ecológico” —así llamaban a una de las dependencias allanadas— fue la base de la estructura con la que se buscó influir en el corazón mismo del sistema de seguridad bonaerense.
¿Objetivo? Sencillo: ser gobierno sin ser gobierno.
“No tengo problema con Bondarenko como candidato. Lo que no puede pasar es que lidere un grupo de oficiales activos desde afuera de la institución”, advirtió Alonso. Y tiene razón: el riesgo no es solo legal, es institucional. En un país con antecedentes de levantamientos policiales, como el del 2020, la idea de una policía autónoma con lealtades políticas propias es un temblor en cámara lenta.
Y si encima el Presidente de la Nación ya planteó que habría que “intervenir la provincia”, la idea deja de ser paranoia.
La ministra Patricia Bullrich salió en X con su ya habitual indignación performática: “El inútil de Kicillof cesantea policías por apoyar a Bondarenko. Siempre elige a los delincuentes”.
La línea es clara: victimizar a los expulsados, desviar el foco de la denuncia concreta, y posicionarse como defensora de una Policía que actúa por fuera de la ley. Alonso le respondió con altura: “Se equivoca al alentar la politización de la Policía. Si quiere que los policías militen, que lo hagan por la vía legal”.
La pregunta que queda flotando es tan básica como brutal: ¿qué hubiera pasado si esto no se frenaba? ¿Cuánto faltaba para que desde la trinchera libertaria se ejecutara una limpieza de la cúpula policial desde adentro, al calor de una elección?
El paralelismo con la “Maldita Policía” noventosa no es solo literario. La lógica de construir poder con una pata en las armas y otra en la rosca no es nueva. Lo nuevo es que ahora se intenta vestir de libertad algo que huele a disciplinamiento puro y duro.
Y que se busca legitimar con likes, microsegmentación y estética TikTok.
La seguridad no se juega solo en patrulleros y estadísticas. También se juega en quién manda, en quién obedece y, sobre todo, en quién manda desde las sombras. Kicillof desactivó una bomba antes de que explotara, pero el dato político es otro: Milei y su entorno están dispuestos a penetrar estructuras clave del Estado desde adentro, aun cuando eso implique quebrar la cadena institucional.
Y lo hacen con el aval de su base, que compra la épica de “limpiar la casta” aunque los que limpien sean uniformados con celular en mano y planillas de ascensos en el disco rígido.
Las fuerzas de Milei no discuten ya políticas públicas, discute quién se queda con el poder real: la calle, las armas, los fierros. En esa disputa, las reglas del juego importan poco. Y si hay que disfrazar una conspiración de campaña, lo harán. Porque para los libertarios, la libertad es un valor… salvo si se interpone entre ellos y la toma del poder.
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