
El gobernador bonaerense inauguró obras clave en Pergamino y cargó contra el ajuste nacional. Salud, seguridad, escritura social y alimentación escolar en el centro de una jornada que contrastó con el vacío de inversión federal.
Las tensiones internas no desaparecieron, pero el peronismo comprende que sin unidad no hay futuro electoral en la provincia. Kicillof, Massa y Máximo lograron un principio de acuerdo que, con ausencias y advertencias, busca contener lo que queda de la fuerza territorial.
Política 10/07/2025La reunión fue en La Plata, pero el eco retumbó en toda la provincia. Axel Kicillof, Sergio Massa y Máximo Kirchner volvieron a sentarse en la misma mesa, conscientes de que el tiempo no da para más experimentos. Con el plazo de inscripción de alianzas venciendo en cuestión de horas, los tres referentes más importantes del peronismo bonaerense pusieron a funcionar la maquinaria de contención. La consigna no es nueva, pero hoy tiene otro tono: unidad o irrelevancia.
El peronismo sabe que está golpeado. Lo dicen las encuestas, lo sienten los intendentes, lo murmuran los militantes. Pero también sabe que si algo distingue a su historia es la capacidad de replegarse, ordenarse y volver a avanzar cuando el contexto lo exige. Y este es uno de esos momentos. Con la alianza Milei-PRO ganando presencia en el conurbano y una sociedad herida por el ajuste, el peronismo necesita un escudo. No simbólico: real, territorial y con estructura. Esa necesidad de blindaje aceleró lo que hasta hace semanas parecía imposible.
No fue un camino sencillo. El Movimiento Derecho al Futuro (MDF) de Kicillof, el Frente Renovador de Massa y el PJ tradicional, con Máximo Kirchner como referente, arrastran diferencias de origen, estilo y prioridades. A eso se suman los ruidos por los apoderados, las candidaturas locales y el armado de listas. Pero la urgencia operó como catalizador: o se llegaba a un acuerdo, o el riesgo de quedar atomizados frente a una oposición sin piedad se convertía en destino.
La estrategia fue simple y cruda: dejar las cuentas pendientes para después y garantizar un frente común ahora. No hay una síntesis ideológica ni un programa detallado. Hay una lectura política realista: si el peronismo se divide, el mapa se puede pintar de color violeta. Y entonces sí, no habrá retorno inmediato.
Uno de los puntos clave fueron los cierres municipales. El conurbano, ese territorio decisivo, está lleno de jefes comunales con poder real, intereses propios y memorias largas. Muchos de ellos pasaron por el despacho del gobernador en los últimos días, otros se mantuvieron expectantes. Las listas provinciales y nacionales generaban menos conflicto; el conflicto está en el barro.
En paralelo, el Frente Renovador exigió respeto para sus minorías y reclamó "generosidad" en el reparto. Massa, que había quedado dañado después del resultado electoral nacional, sabía que este era su momento para reinsertarse. No busca protagonismo, busca peso en la mesa. Y lo está consiguiendo.
El PJ de la provincia, con Máximo Kirchner al frente, también cede. Entiende que el liderazgo sin estructura no existe. Las fotos de unidad pueden irritar a algunos, pero dan una señal clara: el peronismo bonaerense no está dispuesto a dejar la cancha vacía.
Ahora bien, fuera del salón de los acuerdos también hay vida. Y voces. Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría y crítico sistemático del kirchnerismo, volvió a marcar su disconformidad con una unidad que considera viciada. Y no está solo. Hay otros dirigentes con peso territorial que no fueron convocados, o lo fueron tardíamente, y que hoy mantienen una distancia prudente. Sus críticas no deben ser desoídas: son el recordatorio de que la unidad forzada puede funcionar un tiempo, pero si no se traduce en contenido y resultados, se deshace.
La discusión no es solo electoral. También se habla de la economía, del impacto social del ajuste, de la necesidad de mostrar una alternativa al modelo libertario. El cierre de Vialidad Nacional, los despidos, la caída del consumo y el deterioro de las pymes están en la cabeza de todos. La unidad, entonces, no es solo para ganar una elección: es para evitar que el peronismo se transforme en comentarista de una tragedia anunciada.
Se gesta el documento de unidad. No tiene nombre aún, pero tiene una urgencia. El documento busca equilibrar fuerzas, garantizar pluralidad y evitar que alguno de los sectores mayoritarios imponga una lógica hegemónica. Es un delicado ejercicio de tensión controlada.
Los próximos días serán clave. Una vez inscriptas las alianzas, comienza el reparto de candidaturas. Las heridas del cierre no cicatrizan rápido, y ya se anticipan movimientos en la Legislatura por descontentos con lo pactado. Pero el peronismo tiene algo que lo distingue de otras fuerzas: su capacidad de metabolizar el conflicto. No lo niega, lo administra. No lo tapa, lo contiene. Y cuando encuentra una consigna superadora, la ordena.
Unidad no significa armonía. Significa comprensión de contexto. Y hoy el contexto es brutal. Por eso, pese a las diferencias, a los silencios cargados y a las ausencias notorias, Massa, Kicillof y Máximo compartieron una mesa. Porque saben que si no lo hacen, no hay mesa en la que se los vuelva a invitar.
Y eso, para el peronismo bonaerense, es inadmisible.
La estrategia fue simple y cruda: dejar las cuentas pendientes para después y garantizar un frente común ahora. No hay una síntesis ideológica ni un programa detallado. Hay una lectura política realista: si el peronismo se divide, el mapa se puede pintar de violeta.
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