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La tensión entre Javier Milei y los mandatarios provinciales escaló a niveles irreversibles.
Política 07/07/2025El Presidente sostiene el ajuste y promueve internas en los territorios, incluso contra aliados que le garantizan votos en el Congreso. Los jefes provinciales, hartos del destrato, avanzan con leyes para quitarle poder.
El apoyo sin presupuesto llegó a su fin. El vínculo entre Javier Milei y los gobernadores ya no se mide por afinidades ni conveniencias, sino por supervivencia política. En el ajedrez territorial, el Presidente decidió jugar con negras: avanzar a fondo con el recorte de fondos, dinamitar puentes incluso con los aliados y forzar una relación en la que los términos no se discuten, solo se acatan. Pero los gobernadores, aún los que no se le oponen frontalmente, entendieron que el romance libertario no paga, y respondieron en bloque.
Consciente de que no hay lugar para medias tintas, Milei eligió presionar al máximo a los territorios, cortar los flujos financieros discrecionales y al mismo tiempo promover candidatos propios en distritos gobernados por quienes hasta ayer empujaban su agenda en el Congreso. En paralelo, la oposición —y parte de los mismos aliados— aprovecharon el enojo para avanzar con proyectos que limitan el poder presidencial, buscando restablecer un mínimo equilibrio institucional. La respuesta fue inmediata: sesiones convocadas, quórums construidos y presión legislativa desde donde menos se esperaba.
La estrategia libertaria y el abismo
La dinámica impuesta desde Balcarce 50 dejó un mensaje claro: no hay gratitud ni margen para los matices. Gobernadores como Frigerio, Torres, Jalil o Llaryora, que en más de una ocasión evitaron que se caigan los planes del Ejecutivo, recibieron el mismo trato que sus pares opositores más firmes. La lógica del “todo o nada” convirtió a antiguos socios en adversarios prácticos.
En silencio, la construcción política de Milei avanzó sobre las mismas provincias que lo sostienen en el Parlamento. Con el aval de Karina Milei y Martín Menem, La Libertad Avanza arma listas propias en esos distritos, muchas veces enfrentando directamente a los oficialismos locales. La respuesta fue previsible: los gobernadores dejaron de inhibirse, se organizaron y comenzaron a habilitar el avance de iniciativas contrarias al Gobierno. No como un acto de traición, sino como defensa de sus propias gestiones y capital político.
La rebelión no fue súbita ni improvisada. Llevaba meses gestándose. Las primeras alarmas sonaron con la parálisis de la obra pública y la abrupta caída de los envíos discrecionales. Las segundas con el abandono de rutas nacionales, hospitales clave y programas sociales básicos. Las terceras, cuando el Gobierno comenzó a utilizar esos fondos para consolidar su superávit fiscal, violando acuerdos y dejando a las provincias sin herramientas.
La gota que desbordó el vaso fue el rechazo a la propuesta federal para modificar la distribución del impuesto a los combustibles, que permitiría reactivar obras sin tocar las cuentas nacionales. El mensaje fue claro: el Gobierno no cede ni siquiera ante propuestas razonables si no nacen de su núcleo duro. Eso empujó a los mandatarios a jugar su carta: avanzar con proyectos de ley que automaticen las transferencias y eliminen el uso político del Tesoro Nacional.
La tensión llegó al Congreso. Diputados alineados con gobernadores dialoguistas y federales comenzaron a habilitar sesiones para discutir temas sensibles para el Ejecutivo, como la financiación universitaria, la emergencia del Garrahan y la baja de retenciones. Para Milei, que había logrado trabar toda agenda ajena a la suya, fue una señal de alarma. El bloque libertario perdió el control del recinto, no por el kirchnerismo, sino por los mismos que hasta hace semanas sostenían su gobernabilidad.
El núcleo libertario parece no haber comprendido que gobernar requiere algo más que imponer condiciones. La ausencia de una estrategia territorial consistente, sumada a la decisión de no compartir poder ni siquiera con sus aliados, transformó a La Libertad Avanza en un socio indeseable. Nadie puede construir una gobernabilidad estable si cada voto entregado es respondido con desprecio o con la amenaza de ser reemplazado.
Los movimientos recientes en el Congreso lo muestran con claridad. Los diputados que dieron quórum para avanzar con la agenda universitaria y sanitaria no son de La Cámpora ni del kirchnerismo duro: son referentes de gobernadores que hasta hace muy poco dialogaban con la Casa Rosada. Y si algo dejó en evidencia la sesión fallida es que el oficialismo ya no puede garantizar ni siquiera la defensa de sus intereses. El escándalo entre libertarios y opositores no fue una anécdota: fue el recurso para evitar una derrota parlamentaria que hubiera evidenciado aún más la fragilidad del poder presidencial.
Un liderazgo que ahuyenta hasta a los propios
Lejos de recomponer, Milei opta por el camino inverso. Su retorno al interior no será para escuchar a los gobernadores, sino para sacarse fotos con los que aún no se rebelaron del todo, como Zdero en Chaco o Jaldo en Tucumán. Pero ya no hay margen para gestos superficiales. Los gobernadores entienden que cada día de inacción es una derrota en sus provincias, y que el costo de sostener a un presidente que no devuelve nada puede ser electoralmente letal.
En paralelo, se organizan para avanzar con otras leyes sensibles, como la reforma al sistema de decretos, que podría cercar la herramienta preferida de Milei: el DNU. Si prospera la modificación que permite que una sola cámara invalide un decreto, el Gobierno perdería su carta más poderosa. Y esa movida tiene respaldo no sólo en Unión por la Patria, sino también en sectores del radicalismo, del PRO y de los bloques federales.
El Presidente enfrenta ahora su peor dilema político: está perdiendo a quienes necesita para gobernar, no porque lo enfrenten ideológicamente, sino porque los ignora, los castiga o los reemplaza. Y en política, como en ajedrez, quien desprecia el tablero termina siendo jaqueado desde todos los flancos.
No hay rebelión por convicción, sino por supervivencia. No hay conspiración, sino reacción. Lo que vive hoy Milei no es una traición: es el resultado de una estrategia que no contempla la reciprocidad. Los gobernadores, incluso los más moderados, ya no están dispuestos a regalar gobernabilidad a cambio de castigo. Y esa realidad, más que cualquier discurso, es la que empieza a redibujar el mapa del poder.
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