"No quiero plata, quiero mi trabajo": cómo cinco despidos encendieron una lucha obrera en la fábrica del Mantecol

Georgalos despidió a cinco trabajadores luego de un paro. La reacción colectiva —adentro y afuera de la planta— transformó un despido sectorial en un conflicto testigo del ajuste y la resistencia obrera.

Región17/06/2025
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Por Rodrigo Lescano

 

 

 

Acompañados por un centenar de trabajadores y jóvenes, Maximiliano, Diego, Elisabeth, Alejandro y Miguel cortaron el pasado jueves la Avenida Uruguay, frente a la fábrica en la que dejaron casi veinte años de sus vidas: Georgalos. La policía bonaerense, que custodiaba los portones, los miró fijamente. Prepararon sus escudos y colocaron sus dedos sobre los gatillos de sus Ithacas.

 

Con manos heladas y obstinación caliente, los manifestantes desplegaron sus banderas y se dirigieron hacia el ramal Tigre de la Panamericana. El frío obligaba a que la marcha fuera lenta, pero la bronca empujaba los pasos. Los primeros en llegar hicieron señas de “stop” con sus manos a los autos que circulaban. Los bocinazos no lograron tapar los cánticos contra la persecución, el maltrato y el hostigamiento que la empresa productora del Mantecol provoca en sus trabajadores. El embotellamiento fue tan extenso que obligó a los medios nacionales a enviar sus móviles al lugar.

 

Maximiliano, Diego, Elisabeth, Alejandro y Miguel no imaginaban, dos meses atrás, que estarían haciendo esto.

 

Golpes

 

A principios de abril, por la misma reja que ahora custodia la policía, ellos ingresaban a las seis de la mañana. En los vestuarios, entre mates y chistes de fútbol, se ponían sus guantes, protectores auditivos, batas y cofias. Luego del desayuno, caminaban casi en automático hacia sus puestos en el sector chocolate. Se percibía el malhumor en los pasillos de la planta ubicada en la localidad sanfernandina de Victoria. El ruido constante de las máquinas se mezclaba con el gusto amargo de haber perdido derechos, como los bonos y la entrega de las cajas navideñas.

 

La llegada de un nuevo jefe a este sector trajo más problemas de los que ya había. A pedido de la empresa, ordenó un nuevo sistema de trabajo que reducía la dotación de cada línea, pero no alteraba los ritmos de producción.

 

—Nos quitaron personal de línea, aun sabiendo que los volúmenes de producción seguían siendo altos. Era imposible sostener el ritmo y embalar todo el chocolate que salía —relató Elisabeth.

 

Cada línea moldea el chocolate, lo envuelve y lo embala para su distribución a kioscos y supermercados. Seis trabajadores realizaban esa tarea de forma sincronizada, siguiendo un ritmo preciso: veintidós “golpes”. Así llaman al intervalo que transcurre entre la finalización de una unidad y el inicio de la siguiente. No se trata de un golpe literal, sino de una unidad de tiempo —también conocida como “tiempo de ciclo” o takt time— que marca la cadencia a la que debe operar cada estación para cumplir con la demanda.

 

El nuevo esquema de trabajo implicó retirar un obrero de la línea, pero mantener los ritmos de producción.

 

—Al haber un sacador menos, los compañeros no daban abasto: los chocolates pasaban de largo, caían en cajas, y eso había que volver a recuperarlo, reprocesarlo y ponerlo otra vez en la línea. Lo que dice la empresa es que el estándar es de cinco personas por máquina, pero para eso había que reajustar los tiempos de descanso, los relevos, incluso sumarle tareas a compañeros que antes hacían otras cosas —explicó a Grupo Media 3 Rubén Domínguez, delegado por el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación (STIA).

 

Miles de kilos de chocolate pasaban por las manos de estos obreros, acechados día a día por la tendinitis, una de las enfermedades laborales más frecuentes en las fábricas alimenticias. Ante la reducción de personal, los chocolates caían al piso y la empresa mandaba a otros a recuperar el producto. En consecuencia, se vio obligada a bajar la velocidad de trabajo a diecisiete “golpes”.

 

Pero el desenlace no fue el esperado: a la hora de cobrar el premio por productividad, los trabajadores del sector chocolate se encontraron con apenas 56 mil pesos, mientras que en otros sectores los montos iban de 200 a 300 mil.

 

—La producción se facturaba igual. Lo único que no se ve es nuestro salario —sentenció Elisabeth.

 

Cada día se volvía más insoportable en el sector chocolate. A los trabajadores no les quedó más remedio que llamar al sindicato. La comisión interna, junto con los tres turnos y en acuerdo con los trabajadores, decidió ir a una medida más contundente.

 

—El sindicato llama al paro, y nosotros organizamos a los compañeros. Estuvimos casi tres días de huelga: arrancamos el jueves 29 de mayo por la mañana y terminamos el sábado a las dos de la tarde. Fue un paro fuerte, solo en el sector chocolate, pero todos los compañeros se sumaron. Generó mucha unidad —comentó Domínguez.

 

La medida de fuerza se levantó ese sábado ante la promesa de una audiencia con la empresa para el lunes siguiente. La reunión no se llevó a cabo, y Georgalos la postergó para el martes.

 

—El martes nos volvemos a reunir en el sector chocolate para debatir cómo seguir. Ahí decidimos volver al paro, pero de forma escalonada: dos horas por turno (mañana, tarde y noche) —continuó el delegado.

 

Maximiliano, Diego, Elisabeth, Alejandro y Miguel fueron parte activa de esos paros.

 

—Nosotros acatamos la medida en conjunto, con el acuerdo de todos. Nadie obligó a nadie. Todo se resolvió de forma democrática, con apoyo del sindicato —remarcó Elisabeth.

 

Ninguno sabía lo que les esperaba el jueves 5 de junio.

 

“Ellos pelean, y yo también”

 

A las 5:30 de la mañana, los guardias de seguridad de Georgalos no los dejaron pasar. En su lugar, les entregaron a cada uno un telegrama de despido.

 

La bronca los empujó a exigir respuestas. La noticia se expandió por cada rincón de la fábrica, donde se procesan toneladas de jarabe para dar origen a casi dos millones de Palitos de la Selva por día. Al ver que ellos podrían ser los próximos en quedarse sin el pan para llevar a casa, sus compañeros convirtieron el desayuno en una asamblea obrera.

 

Aunque un alambrado separaba a los despedidos del resto, los trabajadores se acercaron hasta el portón y decidieron defenderlos. La asamblea comenzó, y los despedidos tomaron la palabra.

 

Elisabeth: “Yo, como operaria, no quiero indemnización ni plata. Quiero mi puesto de trabajo. Voy a defender mi espalda, la de mis compañeros y mi bolsillo. No quiero que me regalen nada: siempre trabajé y voy a seguir haciéndolo. Pero mis derechos no me los van a robar”.

 

Maximiliano: “Lo que quiere la empresa es flexibilizarnos, que trabajemos con menos gente y saquemos más producción. Queremos denunciar a la empresa porque, mientras dice en los medios que somos una gran familia y que se trabaja cómodamente, la realidad es que nos ajustan cada vez más. Yo llevo casi 20 años trabajando, tengo hernias, estoy físicamente deteriorado, y sé que no voy a conseguir trabajo fácilmente. Por eso, mis compañeros están peleando, y yo también”.

 

Los aplausos a los oradores son tan fuertes como el rechazo a la represalia. El rumor de que la firma propiedad de la familia Zonnaras tenía más telegramas preparados provocó que el paro fuera inminente. La asamblea votó por unanimidad no producir ningún Mantecol, Bazooka, Flynn Paff ni Lengüetazo hasta que sean reincorporados, además de exigir a la conducción del sindicato, a manos de Rodolfo Daer, que acompañe la lucha.

 

Los teléfonos de los despedidos no paraban de sonar. Mensajes de apoyo de amigos y familiares y conversaciones intensas con el sindicato se fundían con los abrazos de solidaridad que daban trabajadores y estudiantes que se acercaban al lugar. Debatir cómo seguir fue el tema del día.

 

A la espera de una audiencia en el Ministerio de Trabajo bonaerense, los despedidos improvisaron un campamento con algunas reposeras prestadas y banderas colgadas en los portones. Se turnaban entre ellos para traer provisiones para aguantar una jornada larga.

 

Al caer la tarde, la conciliación obligatoria llegó y, a las diez de la noche, el paro se levantó. Los despedidos eran conscientes que la empresa no los iba a dejar entrar. Había que descansar un poco para el capítulo que se abriría los días siguientes.

 

Versiones enfrentadas

 

Desde la empresa Georgalos justificaron los despidos afirmando que “durante la semana pasada se registraron dentro de la planta episodios incluyendo actos de sabotaje a las líneas de producción, lo que ocasionó la pérdida de turnos productivos y afectó el normal funcionamiento de la planta”. Según su versión, estos hechos fueron protagonizados por “un grupo reducido de empleados” y fueron denunciados ante la Justicia.

 

“En este contexto, y en el marco de lo que establece la ley, Georgalos tomó la decisión de separar del plantel a cinco empleados que fueron identificados —por distintos medios— como responsables de estos comportamientos y hechos que atentan contra la integridad de la compañía y de su equipo humano”, informaron mediante un comunicado.

 

En los telegramas de despido, la empresa los acusa de desobedecer órdenes sobre rotación y relevos, participar en una medida de fuerza considerada ilegal, no retomar tareas pese a requerimientos formales, provocar pérdidas intencionales en la producción y mantener una actitud de desobediencia.

 

Desde el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), que defiende a los despedidos, respondieron que los despidos son “ilegales e inconstitucionales”, ya que violan el derecho a huelga garantizado por la Constitución Nacional, tratados internacionales de derechos humanos y convenios de la OIT.

 

“No se puede despedir por ejercer un paro. Si eso pasara, se sentaría un grave precedente para el conjunto del movimiento obrero argentino”, señalaron desde la organización. “Quitarles a los trabajadores el derecho a huelga es quitarles la más elemental herramienta para defender sus conquistas y hacer respetar sus demandas”.

 

El CeProDH consideró que las cesantías tienen un objetivo disciplinador: “Buscan atemorizar al conjunto de los 500 trabajadores de la planta para imponer mayores niveles de explotación a todos”. Por eso exigen la inmediata reincorporación de los cinco obreros despedidos, a quienes defienden como víctimas de una represalia “discriminatoria e inconstitucional”.

 

Hacer fuerza

 

La ansiedad no permitió que los despedidos durmieran bien. Al llegar a la planta, la encontraron rodeada por un cordón policial. Una intimidación que invitaba a bajar los brazos. La comisión interna y otros obreros se acercaron a ellos y elaboraron un plan.  Todos juntos van hacia la entrada.

 

—Hacemos fuerza, hacen ellos fuerza ahí... y entramos. Entramos, nos dan tarea, trabajamos— recordó Diego, otro de los despedidos. 

 

A pesar del trago amargo que significa estar despedido, los trabajadores sintieron por fin el sabor de la victoria. Sin embargo, la alegría duró poco. Al finalizar el turno mañana, uno de los gerentes comunicó a los delegados que los despidos “no entran en la conciliación obligatoria” porque la conciliación se dictó por el conflicto de chocolate y no por el paro del jueves. 

 

—El sábado la empresa ya no nos permite entrar. Ahí constatamos, con el abogado y con las cámaras, que es la empresa la que rompe la conciliación obligatoria. Porque en la conciliación está muy claro: el conflicto se origina en el sector chocolate, y nosotros somos trabajadores de chocolate. Entonces, tenemos que estar adentro— argumentó Diego. 

 

Ante el incumplimiento de la conciliación obligatoria por parte de Georgalos, los despedidos llamaron a una reunión en apoyo en el SUTEBA Tigre para discutir los pasos a seguir. Junto a obreros, docentes y estudiantes de diversas organizaciones políticas y sociales,  se convencieron de que la unidad, la coordinación y la lucha en las calles son los ingredientes necesarios para frenar los atropellos. 

 

 

Estar de pie

 

Lo aprendido en la reunión lo llevaron a cabo en la Panamericana el pasado miércoles. Maximiliano, Diego, Elisabeth, Alejandro y Miguel estaban al frente. En dos meses se convirtieron en los protagonistas de un conflicto testigo que, de derrotarse, podría marcar un precedente para que los empresarios avancen sobre el derecho a la protesta.

 

En la última audiencia, el Ministerio de Trabajo, al igual que el sindicato, intimaron a la empresa a cumplir con la conciliación obligatoria, instó al diálogo y fijó una nueva reunión para el 24 de junio. Cada mañana, los despedidos intentan entrar a sus puestos de trabajo, pero la empresa se niega a recibirlos.

 

—La patronal nos deja afuera, violando todas las leyes y tratando de intimidar a los compañeros que están adentro, con descargos, avisos y malos tratos. Nosotros vamos a seguir luchando. Sabemos que tenemos derechos. Esto recién empieza. Estamos de pie— concluyó Elisabeth.

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