Presidente en derrumbe: pierde a jóvenes y sectores populares

Un sondeo de CEOP ubicó la imagen positiva del Presidente en su mínimo histórico: 39%. Más del 60% evalúa su gestión como mala y la “bronca” social crece. Milei perdió peso en los colectivos que lo llevaron al poder y quedó atrapado en un núcleo duro rico, chico y en retirada.

Política 21/09/2025
NOTA

La encuesta que desnudó la caída

 

E último estudio de CEOP confirmó lo que ya se sentía en la calle: Javier Milei se quedó sin crédito político en los sectores que lo hicieron presidente. La imagen positiva cayó a 39% y el 53% califica su gestión como “muy mala”. Una caída que no se explica solo en números: habla de un cambio profundo en el vínculo entre el Presidente y la sociedad.

 

La encuesta muestra que la economía dejó de ser promesa para convertirse en verdugo. Apenas el 27% cree que habrá recuperación en los próximos meses. En simultáneo, la mitad de los consultados admite que los ingresos ya no alcanzan para llegar a fin de mes. 

 

En un año, quienes no logran cubrir sus gastos saltaron del 29 al 55%. Milei, que llegó denunciando a la casta y prometiendo liberar al ciudadano común, terminó cargando el ajuste sobre los mismos sectores populares y jóvenes que habían confiado en él.

 

La señal social es nítida: el humor cambió de tecla. Donde antes había paciencia para “bancar el proceso”, hoy hay cuentas impagas, changas que no rinden, alquileres que comen medio sueldo y tarifas que llegan como telegrama de despido. La épica de la motosierra se volvió, en cada familia, una calculadora sin buenas noticias. Y cuando la economía doméstica se vuelve enemigo, no hay meme libertario que aguante.

 

La bronca reemplazó a la esperanza

 

El estudio revela un dato demoledor: el sentimiento predominante hacia el Gobierno es la bronca (38,4%) seguida por la incertidumbre (16,6%). Lo que en 2023 era esperanza hoy se traduce en enojo. Y no es casual que los principales desertores del mileísmo sean justamente los jóvenes de 16 a 30 años y los trabajadores precarios de raíz peronista. 

 

Aquellos que veían en Milei un vengador antisistema descubrieron que eran la primera variable de ajuste.

 

En los bordes del conurbano y en las capitales del interior se repite una escena: pibes que hacen reparto en bici, empleos part-time, monotributos flacos. Ahí pegó más fuerte el sinceramiento de precios, porque la comida sube antes que el salario y el transporte nunca baja. El discurso antipolítico duró hasta que el ticket del súper se volvió un parte de guerra. La bronca no es ideológica: es contable.

 

Este desplazamiento fulmina la idea del “liberal popular”, un Milei con ascendente social similar al que supo construir Carlos Menem en los noventa. Menem combinaba ajuste con consumo visible: cuotas, electrodomésticos, asfalto. Milei ofrece ajuste sin consumo y una mística de Excel que no llena la heladera. Resultado: pierde los márgenes sociales que lo sostuvieron y queda encerrado en un club selecto que aplaude powerpoints.

 

El derrumbe electoral ya se vio en la derrota bonaerense del 7 de septiembre. La explicación es simple: esos votantes desencantados no migraron masivamente al kirchnerismo, pero dejaron de votarlo a él. Prefirieron quedarse en sus casas o apoyar terceras fuerzas. Lo mismo podría repetirse en Córdoba y Santa Fe, provincias donde los libertarios corren riesgo de quedar segundos y hasta terceros. La bronca viaja rápido y no necesita punteros: alcanza con el grupo de WhatsApp del barrio.

 

En paralelo, el oficialismo perdió el control del clima digital. El algoritmo que en 2023 le regalaba tendencia hoy le devuelve desgaste. Los streamers que lo subieron a la ola ya no garantizan surf; los clips de cadena nacional tienen vistas, pero poca adhesión. La audiencia que lo amplificaba ahora le factura promesas incumplidas. El “rockstar” de la política descubrió que los likes no pagan la luz.

 

El espejismo del núcleo duro

 

Hoy Milei conserva un 20% de identificación firme, su núcleo duro. Pero ya no es el fenómeno transversal que sorprendió en las PASO 2023. Ese capital político se desarmó en apenas 21 meses. Y lo que queda es un presidente que recita consignas de déficit cero mientras el Banco Central vende dólares como agua y la inflación no cede.

 

La mesa chica tomó nota del desgaste y bajó un cambio en la comunicación. Menos insulto, más tono calmo; menos guerra cultural, más promesa de orden. El problema es que el nuevo envase guarda el mismo contenido: salarios detrás de precios, crédito escaso, obra pública parada, pymes asfixiadas. No hay relato que funcione cuando la rutina es sobrevivir.

 

Las proyecciones electorales son lapidarias. Consultores privados calculan que La Libertad Avanza solo podría imponerse en 4 o 5 provincias de las 24. Y ninguna de las principales. En el resto, la combinación de bronca social, aparato provincial y caída de expectativas anticipa una elección de resultados pobres, muy por debajo de lo que Milei soñaba hace dos meses. La política territorial —gobernadores, intendentes, redes de fiscalización— vuelve a pesar donde el marketing no entra.

 

Además, el Presidente eligió pelearse con quienes podrían haberle provisto gobernabilidad mínima: los mandatarios “del medio”. Al dinamitar puentes con Córdoba y Santa Fe, subió gratis a Provincias Unidas y ordenó a sus propios adversarios. El centro federal encontró un antagonista perfecto y un argumento simple: si el ajuste lo paga la periferia, la periferia responde en las urnas.

 

Mientras tanto, Milei juega a la fuga hacia adelante: promete que en 2026 la inflación será un recuerdo, asegura que millones salieron de la pobreza y al mismo tiempo admite que necesitará pedirle fondos a Donald Trump. 

 

La realidad es menos épica: más deuda, más riesgo y menos credibilidad. Los inversores leen eso en silencio; el votante lo siente en la caja del día 25. Uno mira la planilla, el otro mira la heladera. Los dos llegan a la misma conclusión.

 

El veredicto es claro: Milei ya no es el outsider que incomodaba a la casta. Es un presidente de minorías ricas, con bronca popular en contra y sin épica que lo sostenga. El liberalismo de masas se le esfumó en menos de dos años. Y en la política argentina, cuando la esperanza se convierte en bronca, lo que sigue es el vacío. El Gobierno podrá insistir con la mística del sacrificio, pero la paciencia no cotiza en el supermercado.

 

Y ahí aparece el dato político que ordena todo: si solo gana en 4 o 5 distritos menores, no hay narrativa que compense la falta de territorio. La oposición lo sabe y ya huele transición. El mercado también: no le creen ni el precio del dólar ni el del aplauso. La motosierra quedó sin nafta y sin manual. Y los pibes —esos que le prestaron la primera ola— aprendieron la lección más rápida de la economía: el like sube, el sueldo no.

 

La imagen positiva de Milei cayó a 39% y más del 60% califica su gestión como mala; la bronca reemplazó a la esperanza.

 

Perdió el respaldo de jóvenes y sectores populares, y se recostó en un núcleo duro de altos ingresos: en octubre solo ganaría en 4 o 5 provincias menores.

 

 

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