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Mientras Alvin Holsey habla de la “amenaza china” en la cumbre de seguridad, las potencias ya juegan sin tapujos en territorio argentino: puertos, litio, radares y agua dulce. El riesgo no es teórico: si Argentina no define un rumbo propio, la fragmentación territorial se vuelve un escenario posible.
Actualidad20/08/2025El Comando Sur pone el mapa sobre la mesa
“La geopolítica no espera” y “No hay amigos, ni enemigos permanentes, solo intereses”. Téngalo presente. Alvin Holsey, jefe del Comando Sur, no se anduvo con rodeos: China es “una amenaza para los pueblos” y busca “exportar su modelo autoritario”. La frase, dicha en Buenos Aires, no es un exabrupto; es un aviso. Estados Unidos habla desde su lógica realista: los recursos, los mares y los pasos estratégicos del sur continental no están en discusión, se controlan. Y si el control hoy no es suyo, lo será mañana.
Mientras tanto, nuestra dirigencia se emociona con fotos y reconocimientos. Luis Petri sonríe en la cumbre regional Southdec 2025 como si estuviera en un cóctel diplomático, pero lo que se discute en serio es quién se queda con el Estrecho de Magallanes, el Paso Drake, la Antártida y la Patagonia como una de las mayores reservas de agua dulce del planeta. Y ahí no hay lugar para ingenuidades: ninguna potencia perdona. Ni Washington, ni Beijing, ni Moscú, ni Tel Aviv, ni Londres.
Recursos en disputa, potencias al acecho
China ya tiene radar en Neuquén, telecomunicaciones con Huawei y ZTE, hidroeléctricas en el sur chileno y la avanzada frustrada de un puerto en Tierra del Fuego. Estados Unidos, por su parte, mete dólares en Plaza Logística, litio en el norte y defensa a través del FMI. Reino Unido no oculta su mirada sobre la Antártida: diarios británicos escriben sin pudor sobre “llegar antes que Argentina” a la supuesta bonanza petrolera del continente blanco. Rusia opera desde la Antártida con su sistema GLONASS y observa el Atlántico Sur como un corredor clave. Israel, silencioso pero eficaz, avanza a través de Mekorot en el agua.
Cada jugada internacional está escrita en la misma clave: ocupar espacios, asegurar puertos, ganar influencia. Y mientras tanto, en Buenos Aires los discursos giran en torno al alineamiento ideológico, como si elegir entre Trump y Xi resolviera el problema.
Sopa de reconocimiento y desmembramiento
La dirigencia local se fascina con diplomas de Occidente o guiños de Oriente, como si la política exterior fuera un Tinder ideológico y no la defensa de los intereses nacionales. Milei se abraza con Washington, Cristina alguna vez lo hizo con Beijing, y en ambos casos el resultado es el mismo: cesión de soberanía. La pregunta no es si estamos más cerca de una bandera u otra, sino cuánto más de nuestro territorio entregamos sin darnos cuenta.
Porque el riesgo no es simbólico. Ya hay bases extranjeras, empresas que manejan la energía y el litio, contratos con cláusulas opacas y convenios que entregan propiedad intelectual de nuestros recursos. El paso siguiente no es difícil de imaginar: fragmentación territorial. Si un día Argentina no puede sostener su control en Tierra del Fuego, en el Atlántico Sur o en el propio Gran Norte, no será porque “la comunidad internacional” lo decidió, sino porque las potencias lo impusieron.
El realismo político enseña algo básico: los órdenes internacionales no nacen de consensos, nacen de la fuerza. Estados Unidos actualiza su doctrina sobre el Atlántico Sur, China se acomoda en cada vacío que encuentra, Europa sueña con la Antártida y Rusia no suelta su presencia. Todos tienen un plan, menos nosotros.
La dirigencia local, entre selfies con uniformados extranjeros y coqueteos ideológicos, juega a sentirse parte de la mesa. Pero la mesa es de ellos, y nosotros somos el menú. Y si Argentina no reacciona, el riesgo no es quedar aislados: es quedar desmembrados.
En geopolítica, los ingenuos no sobreviven. Una frase para recordar, de un Estadista argentino, guste o no: “Ningún imperialismo perdona”, pertenece a Perón. Traducción de calle: “El que se pone de novio, termina embarazado”.
El mapa de las potencias en Argentina
En el tablero argentino no hay inocentes ni socios desinteresados. Cada potencia juega con bisturí y ambición, y lo que buscan no es secreto: recursos, control territorial y proyección estratégica.
-Estados Unidos quiere blindar su influencia sobre el Atlántico Sur y el Cono Sur. Compra litio, oro y plata en el norte, mete capital en logística y energía, financia con préstamos vía FMI y presiona en defensa para tener a las Fuerzas Armadas alineadas. Busca frenar a China y garantizar que los corredores marítimos sigan bajo su paraguas.
-China avanza en silencio pero con la billetera pesada. Ya tiene el radar de Neuquén, controla parte de las telecomunicaciones con Huawei y ZTE, invierte en energía (hidroeléctricas, electricidad en Chile) y quiere su puerto en Tierra del Fuego. Lo que busca es simple: consolidar rutas alternativas al Canal de Panamá y asegurarse un pie en la antesala de la Antártida.
-Israel se mete por donde pocos miran: el agua. A través de Mekorot ya pisa provincias argentinas y asesora a AySA. El recurso más sensible del futuro —y ya del presente— pasa a ser parte de su tablero. Lo que quiere es exportar su modelo de “gestión hídrica” y, de paso, asegurar contratos estratégicos de largo plazo.
-Reino Unido nunca soltó el sur. Con Malvinas como base militar y económica, ahora recalienta su interés por la Antártida. Sueña con explotar petróleo y minerales cuando el Tratado lo permita. Lo que busca es prolongar su rol de potencia marítima y adelantarse a cualquier reclamo argentino.
-Rusia juega más frío, pero juega: presencia satelital y tecnológica en bases antárticas, vínculos militares y un ojo en los pasos interoceánicos. Su búsqueda es clara: proyectar poder en la zona donde EE.UU. y China se miran de frente.
La Patagonia y la Antártida no son paisajes: son reservas estratégicas de agua, energía y minerales que definen la geopolítica global.
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