El empleo joven se desploma y el mercado espera reforma laboral

Oscar Silvero, titular de la Federación Argentina de Empleo, alertó por la caída en la demanda de trabajo, la falta de competencias y el aumento del desempleo joven. De cara al foro Argentina Emplea 2025, PyMEs, grandes compañías y cámaras empresarias buscan consensos.

Actualidad20/11/2025
NOTA

Mercado laboral, reforma y señales empresarias

El mercado laboral argentino está entrando en un territorio que ya dejó de ser una preocupación técnica para convertirse en un riesgo estructural. No se trata solo de un retroceso estadístico o de una oscilación propia de las recesiones. La caída del empleo registrado, que ya perforó los 276 mil puestos desde que Javier Milei asumió, empieza a mostrar otra cosa: un sistema productivo exhausto, un entramado social que no absorbe a sus propias generaciones y un clima empresarial que hace tiempo dejó de ser optimista para convertirse en expectante. La palabra más repetida entre empresarios, sindicatos y funcionarios es reforma, pero la forma de esa reforma todavía es una incógnita.

Oscar Silvero, titular de la Federación Argentina de Empleo, lo expresó con franqueza. El empleo está amesetado. La demanda laboral no cae de manera abrupta, pero tampoco se mueve hacia arriba. Es un silencio incómodo. Un país con salarios en dólares entre los más bajos de la región, pero aun así con pocas contrataciones. Un país donde las empresas no se atreven a expandirse y los trabajadores no logran insertarse. Un país donde todo parece estar en pausa, excepto la pobreza.

Silvero aportó un dato que resume el deterioro. El empleo temporario, una especie de termómetro anticipado del dinamismo económico, promediaba sesenta y cinco mil puestos mensuales durante más de una década. Hoy apenas llega a cincuenta mil. Antes de la pandemia tocó el piso de treinta y cinco mil. Hoy se estabiliza en cincuenta mil, un número que no cae pero tampoco responde. Una economía que no mueve esa aguja es una economía con el freno de mano puesto.

El Gobierno sostiene que la reforma laboral dará vuelta la página. Pero mientras el Congreso discute, el mercado real sigue congelado. Silvero explica que la incertidumbre judicial es tan grande como la económica. Un empleador sabe cuánto paga en salarios, pero no sabe cuánto puede costar un litigio laboral si cae en manos de un juez con criterios distintos a los de otro tribunal. La lotería judicial, combinada con cargas patronales altas y con costos financieros imposibles, genera un clima de desánimo que impregna a todo el sector productivo.

Sin embargo, el drama no está en los números gruesos. Está en los perfiles. Los dos grupos más golpeados por esta crisis son los jóvenes y las mujeres. Y cuando esos dos sectores retroceden, el impacto social es doble.

 

Juventud y mujeres: la fractura más profunda 

En la franja de dieciocho a veinticuatro años, el desempleo supera el veinte por ciento. Es el doble de la tasa promedio y cuatro veces más que los adultos. Pero incluso los jóvenes que consiguen trabajo lo hacen mayormente en condiciones de informalidad. Siete de cada diez empleos jóvenes no tienen aportes, no tienen estabilidad, no tienen reglas claras. Son trabajos intermitentes, mal pagos y sin horizonte. Una estructura así es una usina de frustración.

La informalidad juvenil se combina con un fenómeno nuevo. La idea de “trabajo para toda la vida” ya no seduce. Los jóvenes buscan flexibilidad, modalidades híbridas y proyectos de corto plazo. Pero el sistema no está preparado para absorber esa lógica. Las empresas piden competencias que la escuela no da, piden habilidades que no se enseñan y piden experiencia a quienes nunca tuvieron una oportunidad. La suma da como resultado un cuello de botella generacional.

La situación de las mujeres tampoco da tregua. La desocupación femenina pasó de 7,8 a 9 por ciento y la brecha salarial volvió a ampliarse hasta un 26 por ciento. En un mercado laboral que se achica, las mujeres retroceden primero. La caída es más intensa en cuidados, administración pública, casas particulares y comercio, sectores históricamente feminizados.

En paralelo, la geografía de la crisis también habla. El Gran Buenos Aires acumuló más de ciento treinta mil nuevos desocupados en dos años. El NOA y el NEA profundizan la informalidad estructural. Los sectores que más empleo perdieron fueron industria, construcción y administración pública. El ajuste del Estado impacta directo en miles de trabajadores de ingresos bajos que no encuentran alternativa en el sector privado.

En este contexto, el Gobierno apostó al Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones. El RIGI fue pensado como una locomotora de inversiones y empleo. Pero a doce meses de su puesta en marcha solo aprobó siete proyectos que generaron mil puestos directos. Una cifra mínima frente a los más de cien mil empleos privados formales perdidos en ese mismo período. Además, casi la mitad de los proyectos involucran a YPF. Es decir, no son inversiones nuevas sino reacomodamientos internos.

El Observatorio del RIGI lo expresó con crudeza. No hay avalancha de capitales. No hay derrame de empleo. Sí hay beneficios extraordinarios para un puñado de empresas con alta concentración. Si el RIGI era el motor del nuevo modelo, el tanque de nafta está a medio cargar.

 

Reformas en espera y un empresariado que pide aire

Mientras tanto, las empresas esperan. Las PyMEs piden alivio en cargas sociales, simplificación administrativa y previsibilidad. Las grandes corporaciones piden reglas claras y estabilidad institucional. El empresariado coincide en algo que no admite matices: la incertidumbre es enemiga del empleo.

Los cuadros técnicos también apuntan a un problema estructural de largo plazo: la falta de capacitación. Los empresarios dicen que publican avisos y reciben cientos de postulaciones, pero eligen tres porque los demás no cumplen con las habilidades requeridas. Y no se trata de inteligencia artificial o programación avanzada. Falta comprensión lectora, comunicación, trabajo en equipo, habilidades blandas. Un país que no forma a sus trabajadores no puede competir en la economía global.

En este marco, la Federación organiza Argentina Emplea 2025. Un foro donde PyMEs, multinacionales, cámaras y funcionarios se sentarán a discutir qué hacer con un mercado laboral que se achica mientras el país necesita crecer. No habrá soluciones mágicas, pero habrá una foto concreta de un clima de época: un país que ya no tolera seguir perdiendo trabajo formal.

La reforma laboral aparece como un horizonte ineludible. El Gobierno apuesta a aprobarla junto al Presupuesto 2026. Para el sector privado, cualquiera sea la letra final, lo indispensable es que exista. La ausencia de respuesta política es, en sí misma, un factor de parálisis.

 

El empleo dejó de ser un síntoma para convertirse en un indicador de gobernabilidad. Cada punto de informalidad adicional es un punto de desgaste político. Cada joven que queda afuera es un voto futuro que se pierde. Cada mujer que retrocede en participación es una señal de un país que se achica en lugar de expandirse.

El mercado laboral es la caja negra del desarrollo. Si no se estabiliza, nada se estabiliza. No hay política pública capaz de compensar una estructura de trabajo que se erosiona por abajo.

La Argentina enfrenta una encrucijada que va más allá de reformas específicas. Se juega la capacidad de recuperar un mercado de trabajo que dé dignidad, salario y horizonte. Si no hay una hoja de ruta clara, el país puede entrar en una década perdida que combine bajo crecimiento, alta informalidad y baja productividad.

En la economía real, los discursos sirven poco. Lo que cuenta es si hay empleo. Y hoy ese empleo está en alerta roja.

 

El empleo registrado cayó 276 mil puestos en la gestión Milei y los jóvenes ya duplican la tasa de desempleo promedio, con un 70 por ciento de informalidad.

El empresariado reclama reformas laborales y previsibilidad mientras el RIGI genera solo mil empleos frente a más de cien mil perdidos.

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