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La inseguridad alimentaria alcanzó niveles récord en Argentina: más de 4 millones de chicos no acceden a una alimentación adecuada. Crece el malestar social, con un Estado ausente y hogares que ya no aguantan.
Actualidad11/07/2025Por Vanina Sosa
Crisis social y alimentaria en Argentina
En 2024, uno de cada tres niños en Argentina sufrió inseguridad alimentaria. Lo dicen los números, pero lo gritan las calles, las ollas comunitarias, los comedores desbordados, las escuelas que vuelven a ser el único lugar donde se garantiza una comida. Según el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 35,5% de las infancias argentinas no accedió al mínimo de alimentación adecuada. Son 4,3 millones de chicos y chicas. Y 1,9 millones directamente pasaron hambre. Es el índice más alto en 15 años.
No se trata de un fenómeno repentino ni aislado. La inseguridad alimentaria viene creciendo desde hace una década, con picos en 2018, la pandemia de 2020 y ahora, en una economía donde el ajuste fiscal y la recesión se combinan con empleo informal, caída del salario y licuación de políticas sociales. La precariedad dejó de ser un estado transitorio: es el nuevo piso estructural. Y sobre ese piso, los cuerpos más frágiles —los de las infancias— son los primeros en quebrarse.
El informe muestra que el 67% de los chicos son pobres. Pero la pobreza no es solo monetaria. El acceso a alimentos, salud, escolaridad y contención familiar está profundamente condicionado por el tipo de empleo que sostiene al hogar. Cuando hay trabajo formal y estable, la inseguridad alimentaria ronda el 10%. Pero en hogares con empleo informal, subempleo o desocupación, trepa al 51%. El empleo ya no es sinónimo de inclusión, pero su ausencia garantiza exclusión. Es ahí donde el hambre se vuelve crónica.
El deterioro se agrava en hogares monoparentales —casi siempre a cargo de mujeres solas—, en familias numerosas y en aquellas donde algún niño quedó fuera del sistema educativo. Porque la escuela no solo enseña: alimenta, detecta, acompaña. Su ausencia —o su debilidad— también engorda las estadísticas del hambre.
Las transferencias como la AUH y la Tarjeta Alimentar siguen cumpliendo un rol protector. Pero no alcanzan. Según el informe, su impacto en la inseguridad alimentaria es menor al 1%.
En barrios del conurbano, del NOA, del litoral, empiezan a escucharse señales de malestar que ya no son solo protesta: son cansancio, incredulidad, resentimiento. Porque el hambre no solo duele: también politiza. La olla, el comedor, la escuela que improvisa un desayuno son hoy trincheras donde se juega la paz social.
El gobierno se aferra al relato de la estabilidad macroeconómica, pero ignora que ningún país se estabiliza con chicos hambrientos. Mientras los indicadores financieros celebran equilibrios contables, los indicadores sociales encienden luces rojas: hambre, abandono, retroceso.
Cuando la infancia pasa hambre, no hay superávit que valga. La inseguridad alimentaria es más que una cifra: es un síntoma de ruptura social.
Hambre en cifras
La inseguridad alimentaria en Argentina dejó cifras alarmantes en 2024. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, 4,3 millones de niños, niñas y adolescentes no accedieron a una alimentación suficiente o adecuada. Esto representa al 35,5% de las infancias del país. Además, el 16,5% directamente pasó hambre: una cifra sin precedentes desde que se releva este indicador.
El informe advierte que los hogares más golpeados son los de trabajo informal, subempleo o desempleo, donde la inseguridad alimentaria trepa al 51%, contra un 10% en hogares con empleo pleno. La escolaridad también aparece como una variable protectora: los hogares con niños fuera del sistema educativo duplican el riesgo alimentario: 4,3 millones de chicas y chicos con inseguridad alimentaria, 35,5% del total de infancias afectadas, 16,5% de forma severa (pasaron hambre real), 67% de pobreza infantil en el primer semestre 2024, 51% de IA en hogares con empleo precario, solo 44,5% de las infancias estuvo libre del problema entre 2022 y 2024 y AUH y Tarjeta Alimentar reducen el riesgo solo en 0,81 puntos del índice.
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