Nuestro presidente acepta las ordenes de virreyes piratas

La llegada del embajador David Cairns —ex vicepresidente global de Equinor— y la visita del ministro de Comercio Chris Bryant marcan un giro: Londres mezcla diplomacia y energía para ganar posiciones en Vaca Muerta y el offshore del Atlántico Sur.

Actualidad19/09/2025
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Mr. Cairns en CABA: petróleo, Malvinas y la ofensiva británica

 

Argentina no es solo un país en crisis que busca dólares: es un tablero geopolítico de primera línea. Vaca Muerta como reserva de shale, el offshore en la Cuenca Argentina Norte, la proyección hacia Antártida, la llave del Estrecho de Magallanes y el conflicto por Malvinas. 

 

En ese mapa desembarca David Cairns como embajador del Reino Unido: diplomático de carrera, sí, pero también ex vicepresidente internacional de Equinor, compañía con operación directa en Vaca Muerta y bloques en el Atlántico Sur. No es un dato lateral: es un diseño de poder. Y llega coordinado con Chris Bryant, nuevo ministro de Comercio, que aterriza para empujar la agenda británica de inversión, finanzas abiertas y energía en el Cono Sur.

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En clave realpolitik, Londres no oculta el libreto: acelerar negocios energéticos donde ya tiene presencia (Equinor, consorcios offshore), fortalecer su huella en el Atlántico Sur en un contexto de pulseada con China y Rusia, y capitalizar un momento argentino de apetito por dólares y alineamiento automático con Washington y sus socios. 

 

El gobierno de Javier Milei lo vende como “apertura” e “inversiones”. Pero hay un “detalle” que ningún manual serio omite: una potencia extranjera ocupa parte del territorio argentino y mantiene una plataforma de explotación alrededor del archipiélago. Esa tensión no desaparece con selfies; se administra con estrategia o te la administran desde afuera.

 

Un embajador con casco: diplomacia, petróleo y Malvinas

 

El currículum de Cairns no deja dudas. Tres décadas en el Foreign Office (Japón, OMC, red Nórdico-Báltica, embajada en Suecia) y seis años al frente de Asuntos Políticos y Públicos en Equinor. Traducción: conoce el lenguaje del Estado y el idioma del negocio. Para Londres, es el perfil perfecto en un país que busca caja rápida y que, a la vez, discute soberanía en el mar. Para Tierra del Fuego, representada por Gustavo Melella, el nombramiento fue una provocación: el gobernador pidió rechazar el plácet y señaló el vínculo entre la trayectoria del embajador y las operaciones en aguas bajo disputa.

 

La incomodidad creció cuando, antes de llegar a Buenos Aires, Cairns se reunió en Londres con Richard Hyslop, representante de la administración británica en Malvinas. En código diplomático, fue un guiño transparente: el Reino Unido entiende a Malvinas como parte orgánica de su estrategia. En paralelo, avanza la explotación impulsada por Navitas Petroleum en consorcio con Rockhopper sobre la cuenca León Marino. Es el recordatorio de que, más allá de resoluciones de la ONU y leyes argentinas (como la 26.659), la lógica de hechos consumados se impone si no hay poder para frenarla.

 

Cairns arriba además con números. Equinor promedió producción en Vaca Muerta y mantiene ocho bloques offshore en la Cuenca Argentina Norte, mientras comparte proyectos con YPF en la Cuenca Austral y Malvinas Oeste.

 

La señal que recibe el mercado es diáfana: la ventana argentina está abierta y el embajador conoce el padrón de pozos, las licencias, los riesgos regulatorios y la sensibilidad política local. No viene a aprender; viene a operar diplomacia con racionalidad energética.

 

Bryant, “finanzas abiertas” y la puerta de servicio

 

La llegada de Chris Bryant agrega una capa. Londres relanza su Estrategia Comercial e Industrial en la región con foco en Brasil y Argentina, y vende el paquete “Finanzas Abiertas” como modernización del sistema financiero local. El mensaje al Palacio de Hacienda es dulce al oído: competencia, innovación, inversión. 

 

La traducción al gran tablero: interoperabilidad de datos, estándares, servicios y rutas de capital bajo marco británico para aceitar negocios —en especial— de energía e infraestructura. En el contexto de reservas flacas y riesgo país alto, suena como una escalera al cielo. En geopolítica, suele ser un ascensor de dos direcciones: subís con financiamiento, bajás con condiciones.

 

Aquí entra Milei con su alineamiento hermético a Estados Unidos y aliados. La Casa Rosada cree que “cuanto más cerca de Occidente, más rápido llegan los dólares”. 

 

El problema es qué cede en el camino. Si la prioridad es “destrabar inversiones” a cualquier costo, Malvinas queda tercerizada como tema “molesto” y el Atlántico Sur se negocia en la jerga de “seguridad marítima” y “estabilidad regulatoria”. En esa gramática, la soberanía es una nota al pie.

 

El tablero regional suma sus vectores. Estados Unidos observa la Antártida y las rutas de Magallanes y Panamá bajo presión de infraestructura y pesca china; Reino Unido reclama centralidad en el Atlántico Sur; Israel profundiza vínculos tecnológicos y de seguridad; y Rusia/China sostienen presencia científica y logística. ¿Dónde está Argentina? Entre la necesidad de divisas y la falta de una doctrina nacional que jerarquice recursos, mar y aire. Cuando no hay doctrina, cualquier embajador con expertise sectorial impone la suya.

 

Inversiones con apellido: energía hoy, palanca mañana

 

El Gobierno festeja la llegada de capitales como si toda inversión fuese neutra. En energía, nada es neutro. Equinor no solo explora y produce: define estándares, moldea reglas y negocia infraestructura (puertos, oleoductos, gasoductos, plantas). Cada contrato incluye cláusulas que condicionan el futuro: royalties, plazos, resolución de disputas, legislación aplicable, contenido local, transferencia tecnológica. Con Cairns al frente de la embajada, el conocimiento íntimo del negocio se sienta en la primera fila del Salón Blanco.

 

La Cancillería intenta desactivar críticas diciendo que el embajador ya no integra Equinor. 

 

Formalmente, correcto. Materialmente, irrelevante: la experiencia no se deposita en la puerta. El timing lo confirma: mientras Bryant abre la carpeta de comercio e innovación, Cairns puede aceitar vínculos entre compañías, reguladores y ministerios. Esa transversalidad es la que Londres busca: negocio que se vuelve política, política que habilita negocio. 

 

El precio de “alinearse”

 

La alianza automática tiene beneficios tácticos (gestos, promesas, alguna línea de crédito), pero costos estratégicos: ceder margen de maniobra en áreas críticas. En el Atlántico Sur, hablar de “estabilidad” sin mencionar Malvinas es aceptar el marco británico. 

 

En Magallanes, ignorar su valor como segunda garganta del continente (junto a Panamá) es minimizar el poder marítimo en un siglo donde la logística define precios, tiempos y seguridad. En Antártida, subestimar la ventana científica y logística es resignar proyección a 30 años.

 

Frente a ese panorama, Argentina precisa una línea roja: cualquier acuerdo energético o financiero debe blindar la posición sobre Malvinas/Atlántico Sur, con cláusulas espejo que eviten el “efecto jurisdicción británica” y garanticen soberanía regulatoria. 

 

Precisa también una política de Estado para el offshore (plan de superficies, estándares ambientales y tecnológicos, condicionalidades de contenido local) y un consenso mínimo con provincias patagónicas y Tierra del Fuego. Gustavo Melella marcó la cancha; la Nación no puede ignorar a quien administra el territorio más expuesto de la disputa.

 

El otro eje es institucional. La designación de Gerardo Werthein en Cancillería y la foto con inversores no reemplazan una doctrina. La visita de Bryant a la CNV para hablar de Finanzas Abiertas es interesante, pero no puede ocultar lo sustantivo: ¿qué gana Argentina —en control, conocimiento, empleo y encadenamientos— con cada barril que salga del mar o con cada terabite que circule por su sistema financiero? Si la respuesta es “llegan dólares ya”, el país aceptó ser plataforma de otros. 

 

Si la respuesta incluye soberanía tecnológica, trazabilidad ambiental, valor agregado local y defensa de la jurisdicción, entonces hay política exterior.

Reino Unido no volvió: nunca se fue del Atlántico Sur. 

 

Con Cairns, Londres cruza diplomacia y petróleo: Vaca Muerta y el offshore como palanca para el Atlántico Sur, con Malvinas como constante estructural.

 

Inversiones sin doctrina propia son contratos ajenos: si Argentina no fija reglas, la “apertura” se vuelve puerta giratoria para intereses externos.

 

 

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