El Gobierno y el dilema: más deuda para llegar al fin de mandato

Los vencimientos que enfrenta la Argentina en los próximos años explican el giro del plan económico y la renovada presión del FMI y los acreedores. Detrás del discurso de orden, reaparece un esquema conocido: endeudamiento acelerado, fuga de capitales y una macroeconomía condicionada por la escasez estructural de dólares.

Actualidad17/12/2025
NOTA

Deuda, FMI y la reedición de un patrón histórico

 

La política económica de Javier Milei acaba de mostrar su punto de inflexión. No fue una decisión ideológica ni una corrección voluntaria del rumbo, sino la consecuencia directa de una restricción que atraviesa a la Argentina desde hace décadas: la deuda externa. Los vencimientos concentrados que enfrenta el país en los próximos 18 meses obligaron al Gobierno a abandonar la desdolarización forzada del arranque y a reabrir, con fuerza, el grifo del endeudamiento. No es una novedad. Es un retorno al manual conocido.

Durante el inicio de la gestión libertaria, la economía operó bajo un esquema de escasez extrema de financiamiento externo. No fue una estrategia soberana, sino una imposibilidad material. La herencia de deuda, la falta de reservas y el cierre del crédito internacional dejaron al Gobierno sin margen. Ese corsé empezó a aflojarse cuando ingresó el auxilio de los organismos multilaterales. A partir de allí, el patrón volvió a girar.

En pocos meses, la deuda externa pública trepó hasta alcanzar un nuevo récord histórico cercano a los 200.000 millones de dólares. El dato no es solo el nivel, sino su composición. Una porción decisiva quedó en manos de organismos internacionales y con plazos cortos. En términos simples, el calendario de pagos se volvió más exigente justo cuando la economía real no genera los dólares necesarios para afrontarlo. En los próximos 18 meses vencen compromisos por casi 48.000 millones entre capital e intereses. Si se suman las obligaciones privadas, la cuenta supera los 57.000 millones. No es un ruido transitorio. Es una agenda que ordena toda la política económica.

 

Endeudarse para pagar 

El giro se profundizó con la flexibilización cambiaria acordada con el FMI. La apertura permitió recomponer parcialmente el acceso a financiamiento, pero también aceleró una dinámica que la Argentina conoce demasiado bien. Desde que se relajaron los controles, más de 32.000 millones de dólares salieron del país por distintos canales. Fuga financiera en su forma clásica, esta vez conviviente con un tipo de cambio apreciado que estimula importaciones y desalienta producción local.

Los datos de comercio exterior son elocuentes. En los primeros diez meses de 2025, las cantidades importadas crecieron más del 36 por ciento interanual, y las de bienes de consumo final saltaron más de 60 por ciento. La apertura no solo drena dólares financieros, también sustituye producción interna por compras externas. Es otra vía de salida de divisas que se suma a la restricción estructural.

Del lado de los dólares genuinos, el panorama es austero. Incluso bajo proyecciones optimistas, el superávit comercial proyectado para 2026 ronda los 9.000 millones de dólares. Muy lejos de las necesidades de financiamiento que impone el cronograma de deuda. Para tener una referencia, en los primeros diez meses de este año el resultado comercial fue de menos de 7.000 millones, muy por debajo de los niveles de 2024 y aún más lejos de los picos previos. No es mala suerte. Es estructura.

Una historia que se repite desde hace medio siglo

El actual ciclo no se explica en el vacío. Desde 1976, la economía argentina reproduce un esquema casi mecánico. Cada apertura financiera comienza con un fuerte ingreso de dólares vía endeudamiento y culmina con una sangría equivalente o superior por fuga de capitales privados. El episodio fundacional fue la dictadura de Martínez de Hoz, cuando la deuda se multiplicó varias veces y el Estado absorbió pasivos privados. El patrón continuó en democracia, se amplificó en los noventa bajo la Convertibilidad y estalló cuando los flujos externos se cortaron.

Tras el colapso de 2001, hubo una etapa de signo inverso. Entre 2003 y 2015, la deuda externa pública se redujo de manera significativa y el peso relativo sobre el producto alcanzó mínimos históricos. Sin embargo, la fuga no desapareció. Simplemente se desacopló parcialmente del endeudamiento público. El resultado fue un alivio transitorio que no modificó el núcleo del problema.

Con el gobierno de Cambiemos, el ciclo volvió con fuerza. La deuda externa se expandió de manera acelerada y la fuga acompañó casi dólar por dólar. El endeudamiento privado también creció, con un rol central de las grandes empresas. Durante el Frente de Todos, el stock total siguió aumentando, aunque cambió su composición. Menos deuda financiera, más deuda comercial, en un contexto donde el Estado proveyó dólares baratos para cancelar compromisos externos privados.

La llegada de Milei marca otro giro. Se reduce la deuda comercial y vuelve a crecer con fuerza la financiera, impulsada por emisiones de obligaciones negociables y nuevo crédito externo. Es el retorno pleno al esquema de valorización financiera. La serie histórica es contundente: cerca del 87 por ciento de los dólares que ingresaron por deuda desde 1976 terminó fuera del país.

El dilema es conocido. Para pagar deuda se toma más deuda. Para sostener la apertura se aceptan salidas de capital. Para cumplir con los acreedores se condiciona la política económica interna. El resultado es una economía que ajusta por el lado de la actividad y el ingreso mientras sostiene un régimen financiero que no genera divisas suficientes.

El problema no es solo el monto de la deuda, sino su función. Si el endeudamiento no financia capacidad productiva ni exportaciones, se convierte en una carga que reproduce la fragilidad. Milei enfrenta ahora el mismo dilema que atravesaron otros gobiernos: administrar una escasez estructural de dólares en un país que insiste en resolverla con más deuda. La diferencia es el discurso. La lógica, una vez más, es la misma.

En los próximos 18 meses vencen compromisos de deuda por casi 48.000 millones de dólares, una agenda que condiciona toda la política económica.

Desde 1976, el 87% de los dólares ingresados por endeudamiento terminó fugado, un patrón que vuelve a repetirse.

 

 

 

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