Milei se hunde: seis de cada diez lo rechazan y economía prende mecha

La caída de la imagen presidencial y el derrumbe de las expectativas económicas configuran un escenario explosivo: el Conurbano, motor electoral y social, ya mostró los dientes en las urnas y hoy padece el ajuste en carne viva. El gobierno juega con fuego en el territorio donde el malestar se convierte en estallido.

Política 12/09/2025
NOTA

Pesimismo récord y ajuste sin red

 

La foto política de septiembre confirma lo que ya se mascaba en las calles: Javier Milei perdió el envión inicial y su capital simbólico se evapora al ritmo de góndolas vacías y changuitos imposibles de llenar. Seis de cada diez argentinos lo desaprueban y siete de cada diez creen que la economía solo puede empeorar. Un número que ningún focus group de Caputo puede maquillar.

El problema no es un excel mal armado ni una curva que no cierra: es la vida cotidiana de los que ya no saben cómo llegar a fin de mes. Y ahí es donde la macro se vuelve micro, donde el relato del león libertario se estrella contra la heladera.

 

El desencanto de los pobres y la trampa de la “casta”

El mismo Milei que conquistó a sectores populares con el discurso contra los privilegios de la casta hoy enfrenta el boomerang: su ajuste se ensañó con los que menos tienen. En la provincia de Buenos Aires, el voto libertario se derrumbó en los barrios pobres. En La Isla Maciel, por ejemplo, sacó apenas un 6,7%. El peronismo, con todas sus fracturas y derrotas, arrasó con más del 80%. En el sur de la Ciudad, donde la bronca se mide en changuitos vacíos, Milei tampoco pudo sostener el relato.

En paralelo, la inflación bajó por recesión y dolarización de facto, pero la sensación social es otra: lo que se pierde no vuelve, y el sacrificio no tiene recompensa. Nadie soporta esfuerzos por nada. Y mucho menos cuando el Presidente veta leyes de jubilaciones y discapacidad mientras su propio gobierno acumula denuncias por coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad.

La psicología del ajuste es más cruel que cualquier power point. Tarifas que suben por escalones, transporte que se paga en efectivo como castigo a la informalidad, prepagas y alquileres indexados, paritarias a la defensiva y jubilaciones licuadas. En la mesa familiar no hay ideología: hay matemática. Lo que entra no alcanza y el bono “por única vez” ya nació viejo. La promesa del shock corto y virtuoso se volvió un invierno largo del que nadie sabe cómo salir ni cuánto falta.

El gobierno intenta tapar el agujero con relato de seguridad y drones en prime time. Pero en los barrios lo que crece no es el delito cinematográfico, sino el hurto famélico y la economía del descarte. Si todo es culpa de la “herencia”, de la “casta” o de los “gobernadores feudales”, ¿quién gobierna hoy? La épica del enemigo externo sirve para una conferencia; para llenar la heladera, no.

En el Congreso, los vetos regresan como búmeran y la “mayoría zigzagueante” cotiza cada voto a precio de caja. Gobernadores que necesitan obras, intendentes que exigen transferencias, sindicatos que miden calle antes que red. Guillermo Francos ordena pero no seduce; Caputo sostiene la macro con alambre; Villarruel intenta apagar incendios internos con nafta. La coalición oficialista es un archipiélago: muchas islas, poca brújula.

 

El Conurbano: olla a presión y termómetro adelantado

Si hay un lugar donde se anticipa el desenlace político de la Argentina es el Conurbano bonaerense. La corrida del dólar a $1.450 pegó ahí con toda su crudeza: la leche, el pan, la carne y el azúcar aumentaron entre 7% y 20% en días. Comerciantes que frenan ventas porque no saben qué precio poner, góndolas con faltantes, changas que ya no alcanzan ni para la semana.

La informalidad crece a la par de la miseria: la venta callejera subió un 10% en un mes, y la mitad de lo que se ofrece son alimentos. La postal es brutal: la comida circula más en la feria ilegal que en el supermercado. Y si el alimento se convierte en contrabando cotidiano, lo que queda en la mesa es un vacío peligroso.

La contención social ya está al límite: comedores, parroquias y templos evangélicos, clubes de barrio y escuelas funcionan como diques. Cuando falta leche en el galpón, falta paz en la cuadra. Las redes municipales conocen cada pasillo, pero sin refuerzo nacional la manta no tapa: si se corta la comida, se corta la paciencia.

La “economía de plataforma” fue amortiguador un tiempo: repartidores, mensajería, changas on-demand. Hoy, con ticket promedio en caída, combustible caro y demanda fría, ese colchón se vuelve piso duro. Cuando el algoritmo baja, sube la bronca: motos sin laburo y jóvenes sin horizonte son combinación explosiva.

Los municipios hacen de seguristas, asistentes sociales y psicólogos a la vez. La primera ventanilla del enojo no es Casa Rosada: es la persiana del municipio y la comisaría del barrio. Si Nación mira para otro lado, la calle se organiza sola. Y del reclamo a la ruta hay un solo paso.

Esa periferia con memoria de fábricas cerradas y despidos masivos late como un sismógrafo: cuando allí el malestar explota, no hay plan económico ni blindaje político que alcance. El votante castigó en las urnas y hoy lo traduce en bronca cotidiana. Lo que pasa en el Conurbano, después se expande al resto del país.

El “no hay plata” se volvió un “no hay tiempo”. Estados Unidos, el FMI y hasta parte de la oposición prefieren que Milei llegue a 2027 para no cargar con otro helicóptero en la memoria argentina. Pero nadie controla la micro: expectativas rotas, ingresos en caída y un tejido social exhausto. La macro puede estabilizar, la política puede especular; lo único que no negocia es el hambre.

El final es claro y brutal: la imagen de Milei sigue en caída libre porque la gente no come relatos. La macro podrá festejar el dólar estable o la baja de la inflación, pero la micro se volvió un campo minado. Lo saben en las barriadas del sur bonaerense y lo intuyen en las embajadas: el riesgo no es un default financiero, es un estallido social que nadie puede administrar.

El Presidente juega con fuego y cree que tiene el control. Pero el Conurbano, esa bestia indomable que definió presidentes y tumbó proyectos, ya empezó a rugir. Y si algo enseña la historia argentina es que cuando esa olla a presión revienta, no hay motosierra ni veto presidencial que pueda contenerla.

El ajuste libertario golpea en la vereda del almacén: cuando la olla se vacía en la mesa familiar, lo que se llena es la calle.

Milei prometió dinamitar la casta, pero terminó atrapado en la misma red de privilegios y sospechas que juró destruir.

 

 

 

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