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La crisis del Gobierno nacional es durísima. Contra intuitivamente La Cámpora elige confrontar al Gobernador y al enemigo común.
Política 26/08/2025El mandatario provincial dice “que se carga la elección al hombre sin ser candidato”. Los intendentes ponen sus fichas en septiembre y castigar a la conducción del PJ en octubre.
En política las batallas no se libran sólo contra el adversario declarado, también —y a veces sobre todo— contra el socio incómodo. Javier Milei enfrenta su semana más complicada desde que llegó a la Rosada, cercado por denuncias de corrupción y con su relato anticasta hecho añicos.
Sin embargo, el tiro que más ruido hizo no vino de la oposición sino del propio campo peronista: Máximo Kirchner eligió cuestionar en público a Axel Kicillof, el gobernador que conduce en los hechos al peronismo provincial, pero no se anima a asumirlo. El contraste es brutal: Milei enredado en escándalos y La Cámpora disparando fuego amigo.
El dedazo camporista contra el músculo territorial
El episodio fue claro. En Quilmes, junto a Mayra Mendoza, Máximo deslizó que la Provincia invierte más en La Plata que en su distrito. El comentario fue leído como un misil a la gestión de Kicillof. La respuesta no salió del gobernador sino de Verónica Magario, que con diplomacia remarcó la inversión provincial en todos los municipios y buscó redirigir el blanco hacia Milei.
Pero el daño ya estaba hecho: quedó expuesta la tensión que La Cámpora arrastra con el gobernador, ese juego a dos bandas que incomoda incluso a los propios intendentes.
La interna no es nueva, pero sí se volvió más evidente. La Cámpora sigue soñando con la hegemonía hereditaria: que la conducción del peronismo pase como herencia de Cristina a su hijo.
El problema es que los números duelen. Conducen pocos municipios, cargan con derrotas simbólicas y carecen del músculo territorial que sí tienen los intendentes del conurbano. Esa asimetría es lo que explica la decisión de Fernando Gray de armar Unión Federal y desafiar el dedazo: no romper con el peronismo, pero sí marcar que la lapicera no alcanza cuando el territorio no acompaña.
Kicillof queda en el medio. Los intendentes lo reconocen como conductor “in pectore”, valoran que escucha, pero le reprochan tibieza para cortar con la lógica camporista. Esa indefinición lo obliga a convivir con el fuego amigo mientras intenta ordenar la tropa frente a un Milei que ajusta sin red y que, paradójicamente, se beneficia de cada fractura interna del peronismo.
Septiembre define todo
Kicillof eligió no responder a Máximo y concentrarse en la campaña con un mensaje polarizador: el enemigo es Milei. No es casual. En septiembre se juegan las legislativas provinciales, con intendentes, concejos y secciones en disputa. Allí, el gobernador necesita a todos alineados para consolidar su gestión.
Octubre, en cambio, es otra historia: allí se pone en juego la lista nacional armada a dedo por Cristina y bendecida por La Cámpora. Si los intendentes hacen la plancha, el resultado puede ser un papelón camporista en las urnas.
Ese es el dilema del peronismo bonaerense: septiembre es territorio, octubre es dedazo. Si el músculo local gana en la primera cita y la lista nacional se derrumba después, el mensaje será nítido: la conducción no se hereda, se construye.
En ese escenario, Kicillof quedaría fortalecido como referencia inevitable, mientras La Cámpora se reduciría a un actor más de un frente que ya no tolera hegemonías ficticias.
La jugada camporista de cuestionar al gobernador en plena campaña muestra un error de cálculo. Golpear a Kicillof en el momento más débil de Milei es, en los hechos, regalarle oxígeno al Presidente. Y expone lo que en realidad está en juego: no una elección legislativa más, sino la disputa por la conducción futura del peronismo.
El peronismo bonaerense está a dos semanas de un test decisivo. Kicillof apuesta a polarizar contra Milei y mostrar que su gestión sostiene a la Provincia frente al ajuste salvaje. Los intendentes se juegan la supervivencia de sus distritos y ya decidieron que septiembre es la prioridad.
La Cámpora, en cambio, parece obsesionada con heredar lo que no tiene: representación real en el territorio. Si en octubre la boleta nacional se derrumba, el golpe será demoledor para su hegemonía.
La política es implacable: el que gana conduce, el que pierde acompaña o se va. Máximo eligió pegarle a Kicillof cuando debía golpear a Milei. En septiembre se verá quién conduce el peronismo de verdad. Y en octubre, quizás, quién se queda acompañando en silencio.
En lugar de aprovechar la debilidad de Milei, Máximo Kirchner eligió tensar con Kicillof, que hoy concentra el rol de conducción real en el territorio.
Los barones del conurbano van a jugar a cuchillo en septiembre, pero en octubre podrían soltar la mano y dejar que la boleta camporista se estrelle.
En política solo existen intereses. También es conflicto y elegir a quien atacar es una decisión de cálculo. Milei ya eligió a Kicillof como blanco de sus ataques. Máximo Kirchner también. Coinciden sus intereses. No hay casualidad.
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