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El INDEC informó que la pobreza bajó al 31,6% en el primer semestre de 2025. Pero mientras el Gobierno celebra, millones siguen sin poder pagar el alquiler, la luz o la medicina.
Actualidad25/09/2025¿Baja la pobreza o sube la ilusión estadística?
La medición oficial, basada en una canasta de consumo de 2004, ignora la nueva realidad del gasto familiar. Expertos estiman que la pobreza real podría superar el 40%.
El primer semestre de 2025 cerró con una noticia que el Gobierno repite como mantra: la pobreza bajó al 31,6%, afectando a 14,6 millones de personas. Frente a los 38,1% del segundo semestre de 2024, parece un alivio.
Pero basta caminar por cualquier barrio del conurbano, una villa de Córdoba o un asentamiento del NEA para notar que algo no cierra. Las colas en comedores, la caída del consumo masivo y el aumento de consultas en centros de salud pública no reflejan una mejora.
Lo que sí bajó es la inflación… pero no el costo de vivir. Y ahí está el nudo: la pobreza se mide con una regla rota.
El INDEC calcula la línea de pobreza con la Canasta Básica Total (CBT), actualizada por el IPC. Pero ese IPC se construye con una encuesta de gastos de los hogares de… 2004-2005.
Sí, hace veinte años. En aquella época, un hogar gastaba el 30% en alimentos y el 10% en servicios. Hoy, con tarifas multiplicadas y alquileres impagables, esa proporción se invirtió.
Sin embargo, la canasta sigue ponderando más lo que ya no pesa tanto —los alimentos— y menos lo que estrangula: la vivienda, la luz, el gas, el transporte. Peor aún: el alquiler ni siquiera entra en el cálculo, pese a que una de cada tres familias no tiene casa propia, según el Censo 2022.
La pobreza que no se ve en los números
Esta distorsión tiene consecuencias reales. Un jubilado que cobra $385.000 en agosto —por encima de los $375.657 que marca la CBT— no es pobre para el INDEC. Pero si vive en alquiler en Capital o Gran Buenos Aires, ese ingreso no le alcanza ni para el primer mes.
Lo mismo ocurre con un hogar de cuatro personas: necesita $1.160.780 para no ser pobre… pero si paga $80.000 de alquiler, ya está en déficit antes de comprar un kilo de pan.
Un estudio reciente de la consultora Equilibra —con metodología rigurosa y datos cruzados— estima que, al corregir la canasta y ajustar por subdeclaración de ingresos, la pobreza real estaría 8,6 puntos porcentuales por encima del dato oficial.
Es decir: cerca del 40%, similar a los peores meses del gobierno anterior. Esto no es una crítica ideológica: es un reclamo técnico que incluso el propio INDEC reconoce. Por eso prepara una nueva canasta… que recién se implementará en 2026.
Mientras tanto, el Gobierno se aferra a los números actuales para sostener su narrativa de “ajuste con resultados”. Pero la sociedad siente otra cosa. La brecha entre los ingresos de los hogares pobres y el costo de la CBT sigue en 37%: ganan $671.492, necesitan $1.065.691.
No hay mejora real, solo una ilusión contable. Y aunque la inflación bajó, los precios relativos se desbocaron: la luz subió 800% desde 2023, el gas 600%, el agua 400%. Pero como pesan poco en el IPC, no “cuentan” para la pobreza.
Niños, alquileres y la geografía del abandono
La pobreza tampoco se reparte por igual. El 45,4% de los menores de 14 años vive en hogares pobres. Son los más vulnerables: sin acceso pleno a educación, nutrición o salud. En el NEA, la tasa llega al 39%. En Cuyo, al 33,8%. Son regiones donde el Estado está ausente, donde la informalidad es norma y donde el futuro se mide en días, no en décadas.
Y aunque las ciudades pequeñas mostraron una caída mayor en la pobreza (8,8 puntos), eso no significa progreso: muchas veces refleja migración forzada hacia los centros urbanos, donde al menos hay un comedor o un hospital.
La Patagonia y la Pampeana aparecen como “mejores”, pero esconden bolsas de exclusión profunda, especialmente entre comunidades originarias y migrantes.
La Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, usa una canasta más actualizada —basada en la EPH de 2017— y allí la inflación acumulada desde la asunción de Milei está 30 puntos por encima del dato nacional. Si se aplicara esa medición al resto del país, la pobreza no habría bajado tanto… o quizás ni siquiera habría bajado.
Al final, el debate no es solo técnico. Es político, ético y cultural. Porque medir mal la pobreza es ignorarla. Es decirle a una madre que no es pobre porque su sueldo cubre una canasta imaginaria, mientras su hijo duerme con frío porque no alcanza para la garrafa. Es celebrar una “baja” mientras el consumo de leche, pan y carne —los primeros indicadores de bienestar— sigue en caída libre.
El INDEC no miente. Pero mide con lentes de hace veinte años. Y mientras tanto, la Argentina real sigue esperando que los números la vean… de verdad. Porque la pobreza no es un porcentaje: es una experiencia cotidiana. Y en esa experiencia, nadie consulta la canasta de 2004 antes de decidir si come o paga la luz.
DATOS OFICIALES QUE MIENTEN SIN MENTIR
El INDEC no miente, pero mide con una brújula desactualizada. Su cálculo de pobreza se basa en la Canasta Básica Total, cuyos pesos provienen de la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares… de 2004-2005. Hace veinte años, un hogar gastaba más en alimentos que en servicios. Hoy, con tarifas multiplicadas y alquileres impagables, esa proporción se invirtió.
Pero el IPC —y por ende la pobreza— sigue ponderando como si viviéramos en otra época.
El resultado es una distorsión sistemática: la inflación real es más alta que la medida, porque los servicios (luz, gas, agua, transporte) pesan menos de lo que deberían en el índice. Y como la pobreza se actualiza con ese IPC subestimado, baja artificialmente, aunque nadie en los barrios note mejora.
Es un espejismo estadístico que ya vimos antes: durante el gobierno de Macri, la caída de la inflación también generó una “baja” en la pobreza… mientras el consumo masivo se desplomaba. Hoy, la receta es similar: ajuste salarial, congelamiento de jubilaciones y reestructuración financiera crean una calma aparente en los números, pero no en las mesas.
Así, el INDEC cumple con su metodología… pero esa metodología ya no refleja la Argentina de 2025. Mientras no se actualice la canasta —algo que el propio organismo promete para 2026—, la pobreza seguirá siendo un dato técnico, no un retrato social. Y mientras tanto, millones seguirán viviendo por debajo de una línea que ni siquiera los ve.
El INDEC mide la pobreza sin incluir el alquiler, pese a que el 33% de los hogares argentinos vive en viviendas alquiladas. Es como medir la sed sin contar el agua.
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