El Gobierno vende la empresa de energía nuclear argentina

El Ejecutivo anunció la venta del 44% de Nucleoeléctrica Argentina, operadora de Atucha I, Atucha II y Embalse. Una compañía sin déficit, clave en proyectos de avanzada mundial, será entregada al capital privado en nombre del equilibrio fiscal.

Actualidad16/09/2025
NOTA 1

No da perdida y genera desarrollo de vanguardia

 

Argentina, que supo estar entre las potencias nucleares no armamentistas, pierde autonomía en un área estratégica. En los 90 el modelo era conocido: vender activos estratégicos bajo el argumento de “atraer inversiones”. 

 

Hoy, Milei repite la fórmula con Nucleoeléctrica Argentina S.A., la empresa que opera las centrales nucleares del país. El plan oficial contempla licitar el 44% de las acciones y reservar un 5% para los trabajadores, mientras el Estado conservará el 51% y el control formal. En los papeles, el Gobierno habla de “capital mixto”. En los hechos, significa abrir una puerta peligrosa en un área donde la Argentina es referencia mundial.

 

Porque Nucleoeléctrica no es Aerolíneas ni Ferrocarriles: no arrastra déficit multimillonario, no depende de subsidios crecientes ni es una caja negra. Al contrario: impulsa proyectos de vanguardia reconocidos internacionalmente, con técnicos argentinos en organismos de primer nivel y una trayectoria que colocó al país entre las principales potencias nucleares civiles del planeta.

 

Números maquillados, intereses reales

 

El relato oficial habla de “necesidad de fondos frescos” y “diversificación de riesgos”. La realidad es otra: en 2024, Nucleoeléctrica no recibió transferencias del Tesoro, a diferencia de 2023. 

 

No es un agujero fiscal, sino una empresa que opera con cuentas equilibradas. ¿Por qué entonces privatizar? Porque en la lógica mileísta, todo lo que pueda convertirse en negocio privado debe hacerlo, incluso si eso significa entregar soberanía tecnológica.

 

Los recursos que se obtengan se destinarán a extender la vida útil de Atucha I y al desarrollo del Almacenamiento en Seco II, dos proyectos fundamentales. La trampa es evidente: se venden acciones de la empresa para financiar proyectos que la propia empresa podría sostener con planificación estatal. Pan para hoy, hambre para mañana.

 

Una joya estratégica en liquidación

 

El sector nuclear argentino es uno de los pocos que nos ubica en la liga mayor. No hablamos de armas, sino de capacidad científica, tecnológica e industrial. Conicet, Invap, CNEA y Nucleoeléctrica conforman un entramado que permitió diseñar y exportar reactores de investigación, formar generaciones de científicos y mantener independencia en un área crítica: la energía.

 

La privatización parcial de NASA implica dejar ese entramado a merced de capitales cuyo interés es la rentabilidad inmediata, no el desarrollo nacional. En paralelo, se elimina el discurso de “empresa deficitaria” como excusa: acá no hay pérdida, hay ideología de ajuste.

 

Vender futuro al precio de saldo

 

El Gobierno intenta vestir la decisión como modernización y apertura. Pero la venta del 44% de Nucleoeléctrica no es otra cosa que un retroceso histórico: se entrega participación en una empresa que no sangra fondos públicos, que es reconocida globalmente y que nos ubica entre las pocas naciones capaces de operar y desarrollar tecnología nuclear civil.

 

En nombre del equilibrio fiscal, Milei sacrifica una de las pocas áreas donde la Argentina no está condenada a ser “país bananero”. La paradoja es brutal: mientras repite que sueña con convertirnos en potencia mundial en 30 años, empieza liquidando una de las palancas que podrían acercarnos a ese objetivo.

 

La política puede tolerar ajustes, vetos y ATN. Lo que no tiene retorno es entregar soberanía tecnológica. Privatizar Nucleoeléctrica es como vender la llave de la casa para pagar la luz del mes. Un negocio inmediato, una pérdida estratégica que el país recordará por décadas.

 

 

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