Los vetos al Garrahan y Universidades voto a voto

Con $12.500 millones en ATN girados a cuatro provincias y Martín Menem presionando a diputados díscolos, el Gobierno busca sostener los vetos a la ley de financiamiento universitario y a la Emergencia Pediátrica. Afuera del Congreso, se espera una movilización multitudinaria que pondrá más fuego a la sesión.

Actualidad16/09/2025
NOTA MARCHA MASIVA

Marcha masiva mete fuego

 

Después de la derrota en Buenos Aires y con los vetos en la cuerda floja, Milei apeló al único reflejo que le queda: abrir la billetera. Santa Fe, Misiones, Entre Ríos y Chaco recibieron $12.500 millones en ATN, fondos discrecionales que la Casa Rosada reparte a gusto. En Balcarce 50 lo llaman “federalismo de emergencia”; en los pasillos del Congreso lo traducen más simple: comprar voluntades.

 

Los gobernadores Pullaro, Passalacqua, Frigerio y Zdero quedaron en el centro de la escena. La suerte de los vetos de Milei depende en buena parte de cómo se muevan los diputados que responden a ellos. Pero el problema del Gobierno es que los mismos que reciben ATN para tapar baches provinciales saben que la calle está caliente: universidades y gremios de la salud ya anunciaron una marcha federal que promete llenar la Plaza Congreso. Nadie quiere pagar el costo político de salvarle la cara al Presidente a cambio de un cheque.

 

Menem, la presión y el ausentismo útil

 

El otro que juega al límite es Martín Menem, presidente de Diputados y jefe de la bancada libertaria por default. Desesperado, multiplicó llamados y reuniones con radicales, renovadores y hasta diputados del MID. Su obsesión es recuperar a los que se ausentaron en agosto, cuando se aprobó la ley universitaria, y transformarlos en votos útiles para sostener el veto.

 

El manual es claro: no hace falta sumar apoyos entusiastas, alcanza con garantizar ausencias que reduzcan el número de presentes y bajen la vara de los dos tercios. La apuesta del oficialismo es que los misioneros de Rovira y algunos aliados periféricos se borren de la sesión. Pero esa estrategia tiene un límite: cada ausencia sospechosa alimenta la narrativa de la oposición y enciende a la movilización callejera.

 

Mientras Menem juega al látigo, el oficialismo mira de reojo a figuras incómodas: radicales que dan clases en universidades, macristas que se abstuvieron y exlibertarios que pueden votar en contra por despecho. El escenario es volátil: lo que se negocia el martes a la noche puede desmoronarse el miércoles a la tarde 

 

La calle como contrapeso

 

Mientras tanto, afuera del Congreso se prepara un cóctel explosivo. El Garrahan será bandera, con médicos, enfermeros, padres de pacientes y trabajadores marchando juntos. Las universidades pondrán su músculo: docentes, no docentes y estudiantes, con la UBA y el CIN encabezando la Marcha Federal. 

 

La CGT y las CTA confirmaron columnas propias. Y los jubilados, que cada miércoles protestan solos, esta vez estarán acompañados por todos.

 

El Gobierno sabe que la calle no le juega a favor. Patricia Bullrich ya reforzó fuerzas federales para blindar el Congreso, pero el riesgo de represión es alto y el costo político, aún mayor. Milei enfrenta un dilema: sostener el veto con votos prestados y ATN, mientras afuera se construye un relato de defensa de la educación y la salud que erosiona lo poco que queda de su legitimidad.

 

La aritmética y los escenarios

 

En la ingeniería parlamentaria de última hora, lo decisivo no es convencer, sino vaciar. El oficialismo no sueña con una ovación a sus vetos; aspira a una aritmética mínima: bajar el número de presentes para que el tercio salvador quede más cerca. 

 

Por eso mira con obsesión a los cuatro misioneros (Rovira), a algún rionegrino suelto, a los dos del MID y a los escaños de Innovación Federal. Del otro lado, la oposición rastrilla a los exlibertarios con cuentas pendientes, a macristas que se ausentaron o se abstuvieron en agosto y a radicales que, por biografía y territorio, no pueden quedar del lado que ajusta universidades y pediatría sin pagar precio en sus provincias.

 

En Santa Fe, Pullaro juega un partido en dos canchas: recibió ATN, sí, pero convive con la presión de UNR y UNL, con docentes, estudiantes y rectores que no comen vidrio. Si su tropa radical y socialista aparece sosteniendo el veto, el costo no será un tuit: será territorio. 

 

En Entre Ríos, Frigerio camina otra cornisa: acuerda con Nación para octubre, pero ninguna foto futura compensa una traición presente a las universidades y a un sistema de salud que ya está al límite. Chaco (Zdero) depende fiscalmente y, aun así, sabe que el Garrahan no es un slogan: es derivación cotidiana. En Misiones, el rovirismo intenta su truco favorito: la ausencia útil que evita quedar pegado al veto sin romper con Balcarce 50. Pero el doble juego dura hasta que la plaza te nombra.

 

Tres escenarios se cruzan en los pasillos:

 

-Rescate por ausencias. Con misioneros fuera de sala, un par del MID alineados y uno o dos innovadores “dialoguistas”, el oficialismo alcanza el tercio y salva los vetos por la ventana. Gana tiempo, pierde legitimidad.

-Quiebre fino a favor de universidades y Garrahan. La oposición trae a todos, pesca a exlibertarios resentidos, suma un par de macristas y uno o dos radicales con campus encima: llega a los dos tercios y cae el veto. La foto queda para la historia.

 

-Empate sucio. Griterío, cuarto intermedio, chicanas de reglamento, sesión partida. Nadie festeja, todos sangran. Es la especialidad de la casa cuando el poder no alcanza.

 

Entre la billetera y la plaza

 

El miércoles no se vota solo una planilla: se vota quién paga el costo del ajuste. Si los gobernadores que cobraron ATN entregan votos o ausencias, firman su propia coautoría del recorte. Si se plantan, exponen a Milei a su peor pesadilla: la combinación de calle llena y Congreso adverso.

 

El jueves el ring se muda al Senado con el veto a la ley que ordena los ATN. Otra trampa de hierro para los mandatarios: defender la discrecionalidad que hoy los alimenta, o votar a favor de que esos fondos se distribuyan sin buzón. Si acompañan a Milei, ratifican que la billetera manda; si le sueltan la mano, aceleran el fin del premio-castigo como método de gobernar. Cualquier opción tiene factura.

 

En paralelo, la narrativa pública ya eligió sus símbolos: Garrahan y universidad pública. No hay focus group que compita con eso. La Casa Rosada puede sumar siete votos con llamados furiosos, pero cada “sí” conseguido a los tirones vale medio punto menos de imagen en distritos donde rectores, médicos y familias caminan juntos. Y cuando la legitimidad cruje, la aritmética se vuelve inestable: el voto que hoy prometen por teléfono mañana no aparece en la banca.

 

El Gobierno se juega a la táctica del día: ATN, presión, cuchicheo. La oposición apuesta a la estrategia del sentido común: no hay épica posible ajustando chicos y aulas. El resultado es abierto. Lo único seguro es la moraleja: la billetera compra minutos, la plaza compra memoria. Y en política, la memoria siempre termina cobrando.

 


En la rosca parlamentaria, un ATN puede torcer voluntades. Pero en la calle, el costo político de votar contra universidades y el Garrahan es impagable.

 

 

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