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Milei bloqueó las leyes de financiamiento universitario, emergencia pediátrica y ATN. Prepara un presupuesto con más recortes en educación y capital humano, mientras universidades y hospitales se movilizan y los gobernadores se recalientan.
Actualidad12/09/2025
Javier Milei encontró en el veto su modo de gobierno. Es la herramienta preferida de un presidente que no negocia ni corrige: dinamita. El combo de las últimas semanas habla solo: veto al financiamiento universitario, veto a la emergencia pediátrica del Garrahan y veto a los Adelantos del Tesoro Nacional (ATN) para las provincias. Educación, salud y federalismo, tres pilares que sostienen el entramado social, fueron desmantelados de un plumazo.
El discurso es siempre el mismo: “no hay plata”. Pero en el terreno real se traduce en universidades que apagan la luz para ahorrar, hospitales que recortan turnos porque los médicos se van y gobernadores que se quedan sin margen para pagar sueldos o apagar incendios. La paradoja es evidente: Milei convirtió a los vulnerables en enemigos políticos, justo a los que lo votaron para sacarse de encima a la casta.
Universidades en estado crítico
La Universidad de Buenos Aires, punta de lanza del sistema público, declaró lo que todos sabían: “si seguimos por este camino, no hay futuro”. El rector Ricardo Gelpi lo dijo sin rodeos. La imagen de facultades reorganizando horarios para encender menos lámparas se volvió símbolo de un ajuste brutal: la ciencia suspendida, los investigadores emigrando, los docentes renunciando porque el salario no alcanza ni para el colectivo.
No es solo un problema de gestión: es un gesto político. Milei vetó la ley votada en el Congreso, despreció la voluntad parlamentaria y colocó a las universidades en un rincón incómodo. O sobreviven en estado crítico o se suman a la calle. Y eligieron lo segundo. El paro nacional de docentes y no docentes ya está en marcha, con una movilización prevista frente al Congreso. Estudiantes, rectores y gremios confluyen en un mismo reclamo: que el veto se revierta.
La fuerza de este movimiento no radica solo en la épica académica, sino en el bolsillo cotidiano. Los estudiantes ven cómo se multiplican las changas mal pagas mientras los apuntes suben de precio; los docentes calculan si conviene más dar clases o manejar un Uber; y los investigadores cuentan los días hasta que se termine el subsidio. Es la vida cotidiana la que está en juego, y ahí la motosierra libertaria no se ve como ajuste necesario sino como ataque directo.
Las universidades además saben que son termómetro social. Cada vez que la educación pública se ve amenazada, el malestar se convierte en bandera transversal. Desde 1918 con la Reforma, hasta la Marcha Federal Universitaria de 2018, la historia demuestra que no hay gobierno que se banque tener a estudiantes y docentes en la calle durante meses.
El Garrahan en lucha
Si tocar a las universidades era riesgoso, meterse con el Garrahan fue dinamitar la última línea de sensibilidad. El hospital pediátrico más emblemático del país convocó a paros, ruidazos y una marcha que promete ser multitudinaria. Médicos, nutricionistas y técnicos describen un escenario de colapso: profesionales que renuncian, turnos suspendidos, equipos rotos que no se reemplazan. El veto a la ley de emergencia pediátrica no fue un detalle contable: fue una provocación social.
“Esto causa conmoción y ebullición en el hospital”, sintetizó Norma Lezana, dirigente gremial. Y no exagera. Si en la universidad el ajuste se ve en un aula a oscuras, en el Garrahan se mide en la demora de un tratamiento para un chico con cáncer. Milei convirtió el drama humano en déficit a recortar. Y eso tiene un costo político mucho más alto que el fiscal.
Al mismo tiempo, los gobernadores recibieron otro mazazo: el veto a los ATN. Se quedaron sin el instrumento que desde hace décadas permite al Ejecutivo aceitar la relación con las provincias. Plata para pagar sueldos, apagar protestas o negociar votos en el Congreso. Con los ATN afuera, los mandatarios provinciales saben que Milei no ofrece más que obediencia a cambio de nada.
El flamante ministro del Interior, Lisandro Catalán, nació pintado. Los gobernadores lo atendieron con frialdad y algunos ni siquiera lo tenían agendado en el celular. El poder real sigue en manos de Lule Menem y de Francos, pero ahora sin caja. La Mesa Federal quedó desdibujada antes de arrancar. Y los mandatarios provinciales, que miran a octubre con preocupación, saben que el ajuste no solo pasa por sus votantes: también golpea en la política chica que necesitan para gobernar.
Más ajuste
El Presupuesto 2026 ya viene cocinado con la receta de Caputo: más ajuste en educación y en capital humano. Milei lo celebrará en X, lo venderá en cadenas nacionales y lo aplaudirán los mercados. Pero en la vereda del hospital, en la cola del colectivo y en los pasillos de la universidad, el déficit cero no se festeja: se padece.
La paradoja libertaria se profundiza. Milei prometió dinamitar la casta, pero los que sienten el impacto son los estudiantes, los docentes, los médicos, los jubilados y los gobernadores que se quedan sin recursos. Nadie se moviliza por un ratio fiscal, pero sí cuando se apaga la luz de la facultad, se suspende la guardia pediátrica o el sueldo provincial no se paga.
El veto como estrategia puede entusiasmar a los mercados, pero se convierte en kerosene para la política real. Y la política real no se juega en Twitter ni en los foros de ultraderecha: se juega en la calle. Cuando las universidades, los hospitales y las provincias se alinean en contra, la gobernabilidad deja de ser un Excel y se transforma en un temblor.
Milei cree que disciplinar a todos lo vuelve más fuerte. Pero en la Argentina, cada vez que un gobierno eligió como enemigos a los más vulnerables, terminó debilitado. El Presidente está convencido de que con la motosierra construye autoridad. Lo que no entiende es que con cada veto alimenta la mecha de un estallido. Y cuando la chispa se encienda, no habrá ni motosierra ni déficit cero que puedan apagarla.
Las universidades, orgullo argentino, hoy discuten si tienen plata para encender la luz en los pasillos. El futuro se apaga literal y simbólicamente.

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