El poder financiero presiona y el Gobierno sin respuestas

El dólar volvió a saltar, las acciones argentinas se desplomaron en Wall Street y el riesgo país trepó otra vez por encima de los 1.000 puntos. El Tesoro tiene cada vez menos margen y la política no ofrece cambios. Los mercados huelen sangre y el Gobierno insiste en negar la crisis.

Actualidad08/09/2025
NOTA

Mercados en alerta y gobierno sin reacción

 

El arranque de la semana fue un baño de realidad para el Gobierno nacional. Tras la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, los mercados reaccionaron con la crudeza habitual: suba del dólar, caída de acciones, desplome de bonos y un riesgo país que perforó los 1.000 puntos básicos. No hubo cataclismo, pero sí un recordatorio brutal: la bomba está activa y el reloj sigue corriendo.

 

El ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, intentó relativizar la corrida financiera, argumentando que no hubo un salto hacia niveles apocalípticos. Pero el razonamiento suena hueco en un contexto donde la realidad muestra otra cosa: el Tesoro tiene poco más de mil millones de dólares líquidos y enfrenta vencimientos de deuda por cifras similares. Una vez agotado ese margen, el Gobierno deberá recurrir al préstamo del FMI, algo que en la jerga de la City equivale a mostrar que no queda nafta en el tanque.

 

El resultado electoral aceleró lo que los mercados ya venían descontando: la falta de reacción política. No se trata solo de números en pantalla, sino de la percepción de que el oficialismo no está dispuesto a corregir errores, ni a modificar un gabinete atravesado por internas, escándalos y resistencias. Mientras la Casa Rosada se consume en debates sobre nombres propios, la City evalúa cuánto tiempo más puede sostener la ficción de estabilidad.

 

La economía política detrás de la corrida

 

La suba del dólar minorista a la zona de los 1.450 pesos y el derrumbe de las acciones argentinas en Nueva York —con bancos cayendo hasta un 24% y YPF retrocediendo un 15%— muestran que el problema no es “ruido político”, como insiste Caputo. Es la falta de confianza en que exista un plan capaz de sostener las cuentas más allá del corto plazo.

 

La licitación de deuda por 7,2 billones de pesos prevista para esta semana es la prueba inmediata. El mercado huele sangre y ya exige tasas más altas para seguir prestando. En paralelo, los contratos de futuros de dólar marcan un dato inequívoco: nadie cree en la estabilidad oficial más allá de octubre. Todos descuentan una devaluación.

 

El Gobierno insiste en negar el problema, como si repetir que “no hay crisis” alcanzara para contener la corrida. Pero la economía política es más fuerte que la retórica: sin dólares genuinos, sin financiamiento externo y sin capacidad de mostrar señales políticas claras, el margen de maniobra es nulo. Los números duelen: las reservas netas están en negativo, el riesgo país duplica el nivel necesario para acceder a crédito voluntario y la inflación sigue golpeando el consumo interno.

 

Lo que los mercados exigen no es ideología sino señales mínimas de gobernabilidad. Y lo que reciben es un gabinete dividido, con figuras cuestionadas como Lule Menem blindadas por Karina Milei, y un presidente que ratifica el rumbo económico como si nada hubiera pasado.

 

El poder financiero marca la cancha

 

El verdadero trasfondo de esta corrida es político. Los grandes jugadores financieros saben que el Gobierno quedó debilitado tras la derrota en Buenos Aires y aprovechan para forzar definiciones. No se trata de un complot: es la lógica de los capitales que buscan condiciones claras antes de seguir apostando. El problema es que esas condiciones implican cambios que la Casa Rosada no parece dispuesta a asumir.

 

Los mercados ya no le temen al desborde social, lo descuentan como parte del paisaje argentino. Lo que realmente los inquieta es que el oficialismo no logre ordenar su frente interno y se siga desgastando en peleas intestinas mientras se evaporan los dólares. Por eso, cada señal de inacción política se traduce en presión cambiaria, suba de tasas y caída de bonos.

 

El riesgo país en la zona de los 1.000 puntos es una advertencia: sin financiamiento, la economía queda encerrada en un esquema de emisión y deuda en pesos cada vez más frágil. Los bancos, los fondos y los exportadores lo saben. Y por eso actúan.

 

El cierre de la grieta es con la realidad

 

Lo que vive hoy la Argentina no es un colapso, pero sí una advertencia severa. El Gobierno aún tiene tiempo para corregir, pero la política parece encerrada en su propia negación. El peronismo le ganó la pulseada en la elección bonaerense y los mercados, que nunca pierden la oportunidad, se subieron a esa ola para marcar la cancha.

 

La paradoja es brutal: Milei y Caputo sostienen que la crisis es política, mientras el mercado responde que el problema es justamente la falta de política. Sin conducción clara, sin recambio en el gabinete y sin señales firmes hacia el futuro, los capitales seguirán retirando fichas de la mesa.

 

La economía real, mientras tanto, paga la cuenta. Cada salto del dólar repercute en precios, cada caída de acciones erosiona confianza, cada punto extra de riesgo país aleja inversiones que podrían generar empleo. El pueblo que Milei dice representar ve el impacto en la góndola, no en las pizarras de Wall Street.

 

El reloj sigue corriendo. Y aunque el Gobierno repita que no hay crisis, la verdad es que la bomba sigue activa. No estalló aún, pero cada día que pasa sin reacción política la acerca un poco más al borde. Los factores del poder financiero, no aceptan “fingir demencia”. 

 

 “Argentina en espiral devaluatoria”

 

Las alarmas que suenan en el mercado local también llegan amplificadas desde afuera. Robin Brooks, referente global de la macroeconomía —con pasado en Goldman Sachs y en el Instituto de Finanzas Internacionales—, volvió a poner a la Argentina bajo la lupa. Según su mirada, el peso está atrapado en un ciclo repetido: entusiasmo inicial, promesas de reforma, fatiga política y, finalmente, la devaluación descontrolada.

 

Para el analista, la moneda argentina hoy arrastra una sobrevaluación cercana al 30% frente a otras divisas emergentes. Ese desajuste, combinado con la derrota electoral de Milei en la provincia de Buenos Aires, lo lleva a trazar un paralelo incómodo: “Esto se parece al final del macrismo en 2019”. En otras palabras, los capitales empiezan a desconfiar de la capacidad de sostener el esquema.

 

Brooks critica que, pese a su discurso rupturista, Milei terminó replicando un error clásico: atar el tipo de cambio al dólar y usarlo como ancla política. Con inflación alta y sin una competitividad cambiaria real, las exportaciones no despegan y las reformas quedan desprotegidas.

 

La advertencia no es técnica sino política: seguir con un peso artificialmente caro erosiona cualquier chance de estabilización. Su receta es clara, aunque dolorosa: liberar el tipo de cambio, permitir una corrección fuerte y darle al sector exportador un respiro que sirva de base para sostener reformas a largo plazo.

 

El mensaje cala en un momento sensible: mientras el Gobierno insiste en negar la crisis, los ojos del mundo financiero señalan que la historia puede volver a repetirse.

 


El Tesoro se quedó sin poder de fuego: lo que queda son los dólares prestados por el FMI.

 

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