Crisis Financiera: EEUU aclaró que Milei no recibirá “platita fresca”

Tras una semana de euforia, el Tesoro de EE. UU. bajó el tono: Scott Bessent dijo que “no estamos poniendo plata en Argentina” y que el “rescate” se reducirá a una línea de swap. No es lo mismo que un préstamo. Trump se enfrenta a la bronca de sus chacareros que compite con los nuestros por China.

Actualidad02/10/2025
NOTA

¿Alcanza el SWAP para frenar una mega corrida?

 

El experimento Milei se topó con la matemática. Durante días, la Casa Rosada vendió la idea de un salvataje “a la vieja usanza”: dólares del Tesoro, compras de bonos, un botiquín completo para llegar a octubre sin estampida. 

 

El mercado dio media vuelta cuando el propio Scott Bessent, secretario del Tesoro de Trump, aclaró en televisión lo que en Washington ya sabían: habrá swap, no habrá billetes. Traducción no apta para slogans: no es plata disponible, no engrosa reservas netas y no habilita al Banco Central a intervenir con poder de fuego cuando el tipo de cambio tiembla.

 

En términos de realpolitik financiera, el anuncio es un “sí, pero no”: te presto la manguera si el incendio es comercial y yo soy el vecino, no si se te prende fuego la casa y necesitás camiones cisterna. 

 

Un swap es eso: un intercambio de monedas entre bancos centrales, activable, con condiciones, enfocado a facilitar pagos puntuales o comercio bilateral. 

 

No es un préstamo soberano que entra a la caja del BCRA para recomponer reservas, pagar vencimientos, intervenir en futuros y bancar la calle cuando corre el dólar. No hay “platita fresca”; hay una línea contingente, útil para papeleo y poco más.

 

El golpe político fue doble. Primero, porque la corrección llegó minutos después de un tuit amistoso de Bessent, dejando a la comunicación oficial colgando de un hilo. 

 

Segundo, porque explicitó el límite de la alianza: “América First” tiene su manual y no contempla quemar dólares del contribuyente para sostener a un aliado cuya ventaja coyuntural fue —justamente— venderle barato a China 

mientras los farmers norteamericanos miraban desde la tranquera.

 

Cómo funciona el swap y por qué no frena una corrida

Anatomía básica, sin maquillaje. El swap es un acuerdo entre bancos centrales: se pacta un monto, una tasa y un uso. Sólo se activa si la parte “dueña” habilita la ventanilla, y la moneda prestada tiene destino etiquetado (pagos específicos, facilidades de comercio, contingencias del sistema financiero). 

 

No aumenta reservas netas usables; es un asiento contable que se revierte al vencimiento. ¿Sirve? Sí, para operaciones concretas. ¿Sirve para tirar dólares arriba del mercado y bajar una corrida? No. Lo que calma una corrida son dólares líquidos; el swap es burocracia estabilizadora.

 

La diferencia con un préstamo del Tesoro es obscena: el préstamo entra a reservas, suma caja real, reduce riesgo país, permite intervención cambiaria y pago de vencimientos. 

 

Es la diferencia entre tener el tanque lleno y la promesa de que, si te quedás, alguien te alcanza un bidón. En una campaña atravesada por el fantasma del run-off bancario y las reservas netas negativas, el matiz es existencial.

 

Mientras tanto, el bolsillo del votante vibra con otra música. El Gobierno bajó retenciones para apurar liquidación del agro, compró poco, quemó mucho y el dólar siguió de mal humor. Con swap en lugar de billetes, el mensaje que lee la city es este: no hay ancla. Y sin ancla, el precio lo pone la desconfianza.

 

Trump apretado por sus granjeros (que son votos duros)

 

¿Por qué la marcha atrás? Geopolítica y votos. Trump recibe desde hace días el enojo de su base rural, un sector chico pero hiperorganizado, que vota disciplinado y que en los mapas electorales define estados. Ven a la Argentina ganando mercado en China —apenas suspendieron retenciones— mientras ellos no colocan un poroto por el laberinto arancelario. Y escuchan que el Tesoro rescataría a ese competidor. La ecuación es letal para el relato: “America First no es financiar a quien me saca la cosecha”.

 

Bessent intentó un equilibrio: “América First no es América Alone”. Pero la traducción en la pradera es lineal: si hay plata, que sea para los nuestros. En ese clima, hablar de un crédito directo o compras de bonos se volvió políticamente tóxico. El swap aparece como la salida “limpia”: parece ayuda, no gasta caja. Le permite a Trump sostener la foto con su aliado en el Salón Oval y, al mismo tiempo, no irritar a los chacareros que ya están en modo campaña.

 

Para Milei, la foto sirve; para el tipo de cambio, no. El mercado no vota, cobra. Y hoy cobra con brecha: oficial congelado, paralelos que mandan, góndola que reetiqueta con el dólar de reposición. La pregunta que cuece el conurbano —¿cuánto sale el paquete de fideos la semana que viene?— no admite swaps; exige billetes.

 

El timing juega en contra. 

 

Faltan pocas ruedas para las elecciones legislativas y el Banco Central ya mostró que, a este ritmo, no tiene munición para defender cuatro jornadas seguidas sin refuerzo. El swap no resuelve ese problema: no autoriza al BCRA a volcar USD 300/500 millones diarios para aplastar picos. El riesgo de correr al oficial por asfixia (más que por épica) crece en proporción directa a la distancia entre los anuncios y la caja. Y la caja hoy no aparece.

 

La política local entiende el cuadro. Los gobernadores miran de reojo el precio de la nafta, los intendentes dejan hacer en la calle cuando la heladera queda vacía, la CGT tantea paros “quirúrgicos” y la oposición huele sangre: sin dólares y sin crédito, el oficialismo sólo tiene como atajo inflación reprimida, recesión y el arte de estirar con swaps lo que pide billetes. La épica se topó con la contabilidad.

 

El costado diplomático tampoco ayuda. La frase de Bessent sobre “no queremos otro Estado fallido como Venezuela” buscó vestir de doctrina la marcha atrás. Tuvo el efecto contrario: blanqueó que el apoyo es geopolítico, no económico. Y la geopolítica no paga sueldos ni frena corridas. Si el aliado vale por razones estratégicas, el apoyo debería expresarse en dólares, no en líneas contingentes. En cambio, lo que se ofrece es un instrumento elegante para el comunicado y estéril para la ventanilla.

 

El Gobierno insiste en que el swap puede descomprimir importaciones clave y engrasar pagos. Es cierto. Pero el cuello de botella argentino no es administrativo: es de confianza. Sin reservas líquidas, sin préstamo directo ni repo a la vista, sin compras de bonos y con FMI exigiendo acumulación que no llega, la única palanca que queda es retórica. 

 

Y la retórica no cotiza.

 

En Washington, la fisura interna es abierta: Agricultura, senadores demócratas y hasta referentes republicanos cuestionaron el sentido del “rescate” a un competidor agropecuario en plena cosecha norteamericana. Es el mismo argumento que lee la city: si EE. UU. no pone plata por política doméstica, ¿por qué lo haría el mercado sin premio? Esa es la línea recta que va del Capitolio al microcentro. Y por eso los bonos rebotan dos puntos con un tuit y pierden tres con una entrevista.

 

Hay una última trampa: el swap es reversible y condicional. Si se activa, vence; si vence, se devuelve. Es deuda rotativa sin “olor a rescate”. Con suerte, ayuda a transitar oct/nov sin incendios mayores. Con mala suerte, agranda la sensación de parche: hoy te presto “papeles” para la foto; mañana te pido resultados que no podés mostrar. El manual dice que en estas horas sirve menos hablar de swap y más mostrar dólares. Nadie vio hasta ahora el segundo verbo.

 

El cierre inevitable es el que más incomoda a la Casa Rosada: Milei consiguió la foto; Trump salvó a su base; Bessent salvó la forma. El único que no se salvó fue el Banco Central, al que le piden que haga magia con papeles mientras los precios miran al paralelo y el oficial queda como un souvenir. Se puede repetir mil veces “apoyo total”, pero la economía no se apoya con tweets. Se apoya con dólares.

Si la apuesta oficial es llegar con swap y relato, el mercado ya escribió el epílogo: sin billetes, no hay paz cambiaria. Y cuando el ancla es un hashtag, lo natural no es el orden, es el oleaje. En ese mar, el capitán puede levantar la espada, pero la tripulación —la que paga en góndola— está mirando otra cosa: la profundidad del agua. Hoy es poca. Y la marea, ya lo dijo Bessent, no trae botellas.

 

La base rural de Trump presiona: “América First” no incluye rescatar a un competidor que vendió soja a China con ventaja coyuntural.

La foto Milei-Trump ordena la narrativa; los dólares que no llegan ordenan la curva. El mercado cree a la caja, no al comunicado.

En EE. UU., la base rural pesa más que los comunicados: pocos, organizados y siempre votando. Con ellos enojados, no hay rescate épico.

 

 

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